Por muchas razones obvias. He aquí algunas:

Porque la gente estima la obra realizada por su Gobierno, como algo que ningún presidente realizó antes. La materialidad objetivable de la vialidad, la obra pública en general, la modernización y crecimiento del Estado y la generosa inversión social producen en el pueblo la sensación de que por primera vez se invierte adecuadamente el dinero del petróleo y nuestros impuestos.

Porque para la mayoría dentro de la generación de mis hijos, Rafael Correa es el mejor (o el único buen) presidente ecuatoriano que ellos han conocido durante su vida. Además de la obra realizada, los jóvenes lo prefieren porque por primera vez el Estado recluta masivamente a los profesionales nuevos como política, y porque muchos confían en acceder a una beca de las que se les ofrecen.

Porque para la mayoría dentro de mi generación, Rafael Correa es el mejor presidente ecuatoriano por la obra realizada. Para esta mayoría, el asunto de su estilo, su discurso, sus confrontaciones recurrentes y su hostilidad con cierto sector de la prensa, son el precio que hay que soportar a cambio del progreso.

Porque para muchos ecuatorianos, no es preocupante el crecimiento del Estado ni el incremento indetenible del poder del mandatario, a cambio de la obra que se ve. Al contrario, para muchos ciudadanos ese crecimiento genera un sentimiento de protección o implica la oportunidad de conseguir empleo o realizar contratos con el Estado. Al parecer, somos muy pocos los que anticipamos los riesgos futuros de estos incrementos.

Porque nunca tuvo un verdadero contendor. Ninguno de los candidatos lo enfrentó directamente ni logró estructurar una propuesta que interese a los ecuatorianos. Ante la ciudadanía, Rafael Correa ha desnudado la pobreza intelectual y moral de los políticos ecuatorianos en su conjunto. Muy pocos se salvan de esta crítica, pero la gente ya no le cree a ninguno, solo a Correa.

Porque el Ecuador es un país muy conservador. Muchos votaron a favor de la conservación de los bonos, empleos, beneficios y contratos que han logrado durante este Gobierno. Este espíritu conservador es el que juntó a muchos pobres y a unos pocos empresarios ricos en esta preferencia por Rafael Correa.

Porque el Ecuador es un país muy conservador. La minoría fragmentó su voto entre la fantasía del retorno a un estatus anterior, o la nostalgia caudillista y populista a la manera de “antes de Correa”, o la añoranza por un socialismo de museo o de texto de historia de las ideas. Porque es una minoría que se acostumbró a conformarse con lo que se le da, que siempre fue muy poco.

Porque a la mayoría no le interesan aquellas previsiones económicas que dicen que nuestro crecimiento es vulnerable y no puede sostenerse indefinidamente. Porque casi nadie cree que estamos incubando una “burbuja ecuatoriana”.

Porque tiene el mejor aparato de propaganda y mercadeo político del mundo. Sus logros bien podrían ser caso de estudio en las mejores escuelas de Comunicación y Publicidad del planeta.

En todo caso, lo tenemos para cuatro años más, que podrían convertirse en ocho, doce o dieciséis, si los ecuatorianos quieren y los precios del petróleo lo permiten.