“Roncadooor, roncadooor”, gritaba el pequeño Guillermo Ayoví Erazo. Con esa frase y con canasto en mano, el muchacho recorría las calles empinadas de Borbón, su pueblo natal, ubicado en el norte de Esmeraldas. Vendía el producto que su padre sacaba del río: una especie de pez llamada guacuco o roncador. La gente se acostumbró a verlo pasar a diario y a ese grito melodioso, que era casi un canto, que llegaba a las casas, en las que ingresaba esa voz que el tiempo tornó grave y que ahora lo identifica.

Luego, los borboneños ya no lo llamaban por su nombre, sino Roncador. Y otros, simplemente Roncón, lo que a Guillermo le disgustaba mucho. Tanto, que hasta dejaba el canasto con pescados a un lado y empezaba a darse de puños.

Espigado y vivaz, de piel negra y prodigiosa memoria, Roncón, cuyo apodo le llegó del río, hacía una diversidad de oficios. Su padre, que tenía dos hogares, lo llevó a vivir un día con su otra familia, en un sitio donde estaban mezclados los mulatos y los cayapas. Él se bañaba junto con los niños de esa etnia y ellos le enseñaron a tocar la marimba y a hablar la lengua cayapa. Así, Roncón fue creciendo y llenándose de saberes. De esos que no se hallan en los libros y que se aprenden con las vivencias.

Ya adulto, trabajó en el muelle, en una cuadrilla, cuyo capataz era un viejito llamado Luis Perlaza, a quien le decían Papá Lucho. Y cuando este murió, él lo reemplazó. “Entonces empezaron a decirme Papá Roncón. Ahí sí me gustó”, señala ahora, entre risas, Guillermo Ayoví, de 80 años, y recién galardonado con el Premio Nacional de Cultura Eugenio Espejo, por su trabajo de preservación de la cultura afroecuatoriana.

Lo comenta en su modesta casa en Borbón, un poblado que se levanta al pie de la confluencia de los ríos Santiago y Cayapas, de unas cuantas calles adoquinadas y la mayoría todavía de tierra, donde Papá Roncón reside con su esposa, Grimalda, con la que lleva unido más de 50 años y con quien procreó diez hijos, todos profesionales, según cuenta con orgullo, y que le han dado 20 nietos y varios bisnietos. La menor de sus hijas es la teniente política del pueblo.

En su casa, en cuya planta baja funciona la fundación que lleva su nombre y donde comparte sus saberes con los niños y jóvenes del lugar, hay tambores, cununos, guasá, palos de lluvia y marimbas, instrumentos que Papá Roncón sabe construir y tocar y que le han permitido viajar a países como Alemania, Japón y muchos otros, y ser embajador de la cultura afrocuatoriana. Es narrador oral, músico y cantante. Y también poeta. Ha escrito versos como los dedicados a dos íconos de la cultura negra: el poeta Nelson Estupiñán y la cantante Celia Cruz.

Recientemente grabó con la cantante peruana Susana Baca, ministra de Cultura de Perú, el disco De la misma sangre, presentado con un concierto en Lima durante la Feria del Libro, a la que Papá Roncón acudió, y en Esmeraldas y Quito. De ella dice no haber oído ni siquiera su nombre, hasta que un día la artista fue a buscarlo a su casa. Se conocieron, cantaron, se acoplaron. El resultado fue un CD y una gran amistad. “Susanita canta bien y se defiende muy bien en el escenario”, dice.

Guardián ya jubilado del Consejo Provincial de Esmeraldas, Papá Roncón comenta que antes en Borbón los festejos patronales se hacían con marimba, bombos, guasá y maracas, y había un señor llamado Pancho Cuero que cada año los tocaba. Pero un día falleció y no había quién lo hiciera. Y alguien dijo: que los toque Roncón. “Yo me engrandecí y cada año, cuando venían las fiestas, yo las dirigía”, rememora.

Luego le dieron una sala para ensayar y armó un grupo, con el cual empezó a realizar presentaciones. Así nació La Catanga, nombre que tomó de un objeto que es una trampa para capturar peces. Preparó gente, enseñó a bailar y a tocar y construir instrumentos. El grupo permaneció por varios años, hasta que los muchachos comenzaron a crecer y a casarse. Ahora ya son padres de familia, incluso abuelos, y algunos de ellos formaron sus propios grupos, lo que a Papá Roncón lo llena de orgullo. “Pero este fue el origen, esta fue la raíz”, explica con voz portentosa este hombre, que escucha atentamente a su interlocutor y a cada interrogante, dice: “muy buena pregunta. Ahora trataré de encontrarle respuesta”.

En la actualidad Papá Roncón no tiene grupo, pero aún realiza presentaciones. Llama a músicos amigos para que lo acompañen, entre otros a la esmeraldeña Rosa Wila. Él sigue fiel a la marimba, porque la música que emerge de ella, anota, es un patrimonio que los negros llevan en la sangre. “Cuando los negros vivían atados de pata y mano, fue la marimba la que los liberó. Con la marimba fue que el negro se le rebeló al amo y fueron libres”, narra Papá Roncón, quien asegura haber descubierto todos los secretos de este instrumento. La afinación, anota, la aprendió de oído y experimentando. “Ramón, un chachi, me enseñó a construir marimba, y ahora cuando llega aquí me dice: usted es mi maestro”.

Nacido el 10 de noviembre de 1930 y próximo a sus 81 años, a Papá Roncón le duelen las piernas. Ha perdido un poco la agilidad, pero se enorgullece de no tener arrugas. Y cada vez que le preguntan el secreto, responde: “Para ser un buen viejo, se debió haber sido un buen joven”, lo cual significa, según él, nada de vicios ni de malos hábitos. Pero, sobre todo, vivir alegre, porque la vida es como una gran pieza musical.