La vorágine de los últimos acontecimientos, y lo agitado del acontecer político en la república del absurdo, involuntariamente me dirigen a descubrir analogías con los textos que reviso, descubro o recuerdo.

En este cuento, incluido en su famoso Ficciones, Jorge Luis Borges analiza el ensayo de Nils Runeberg Kristus och Judas, cuya conclusión es, por lo menos inquietante:

“Dios se hizo hombre hasta la reprobación y la infamia. Para salvarnos, pudo elegir cualquiera de los destinos que traman la perpleja red de la historia; pudo ser Alejandro o Pitágoras o Rurik o Jesús; eligió un ínfimo destino: fue Judas”.

Si Dios se había rebajado a mortal, Judas Iscariote, intuyendo su secreta divinidad, se rebajó a delator y se convirtió en traidor. Hasta aquí Borges y Runeberg.

Rafael Correa se sacrifica, sometiéndose al escarnio de sus detractores y de la historia, traicionando a “su” perfecta Constitución, la mejor del mundo, la que iba a durar 100 años, con el fin de alcanzar su noble objetivo, que nos salvará a todos los ecuatorianos de tan deplorable realidad. Pero a diferencia de la propuesta de Runeberg, en donde sí participa Dios, mi análogo actor es un simple mortal.

El presidente nos ha pedido que “confiemos” en él y que le demos “permiso” para manosear públicamente a la justicia –en buen romance, apoderarse de ella–; para obligarnos a justificar todos nuestros bienes adquiridos; para meter presos –ahora sí con respaldo legal– a todos los que piensen distinto; para decidir en qué negocios podemos o no invertir los ciudadanos. Pero, ¿qué tiene de malo?, si sería con la aprobación del “mandante” –léase cientos de miles de personas que votan por obligación, y que probablemente voten SÍ, sin tener idea del contenido de las preguntas, hipnotizados con el bombardeo de insultos, gritos y regalos del principal preconizador de semejante despropósito–.

Está claro que quienes desconocen el contenido de las preguntas, es decir la mayoría del pueblo, votarán SÍ o NO porque confían o dudan de la capacidad, buena voluntad, manos limpias y corazón ardiente de quien las propone.

Las reglas establecidas en Montecristi para convocar este tipo de consulta, incluidas en la Constitución por todos los verdes alza manos, Constitución legitimada por el mismo pueblo al que ahora se consulta “vueltamente”, se han echado al retrete. Es necio preguntar quién “jaló la válvula”. Todos lo saben.

Por mi parte, postergaré un viaje planeado, para quedarme en el país y votar en contra del manoseo a la pobre señora ciega; porque yo NO confío; porque estar de acuerdo en otorgar demasiado poder a un individuo, solo puede ser producto del ciego servilismo de sus acólitos; por ignorancia o estupidez… salvo que este individuo sea inmune a las debilidades y errores de los hombres, lo que –según mi humilde percepción– no es el caso en cuestión.

Borges, en el texto motivo de esta reflexión, nos recuerda lo que no admite discusión, algo que en las páginas de la historia no encuentra un solo pasaje que lo pueda desvirtuar: “Ser hombre y ser incapaz de errar encierra contradicción; los atributos de impeccabilitas y de humanitas no son compatibles”.

Vivimos en una sociedad envuelta en una macabra nube de millonarias demandas –prisión incluida–, contra medios y personas que elevan su voz; nube cuyo cobarde fin es que mis palabras se conviertan, no en tres, sino en una entre miles de versiones que disienten y que, presas de temor, terminen en las oscuras mazmorras del silencio.