Río, la enorme y mejor conocida ciudad brasileña, fue sorprendido hace pocos días por la quema de autobuses y carros ordenada desde cárceles cercanas por jefes del narcotráfico, para presionar en contra de las acciones policiales en sus barriadas, las famosas favelas cariocas, donde siempre fueron dueños y señores. La respuesta del gobierno del Estado, la provincia diríamos aquí, fue inmediata: arremetieron contra uno de los bastiones del narcotráfico, el complexo de Alemao, que agrupa 17 barriadas. Contó para ello con el poderoso batallón BOPE y el apoyo de fuerzas militares del Gobierno Federal. En pocos días la operación culminó con éxito, apresando y expulsando a las pandillas violentas que lo controlaban. Al control policial y militar le seguirá muy pronto la instalación de las Unidades Policiales de Pacificación, (UPP), conformadas tanto por policías comunitarias como de seguridad y con entre 100 y 200 efectivos cada una. La finalidad es desarticular la relación entre mafiosos y territorio y devolverla a la ciudadanía. Los jefes de los poderosos grupos mafiosos fueron alejados hacia cárceles remotas.

Esta acción policial no fue una reacción coyuntural al desafío que le plantearon los grupos de narcotraficantes. Fue una acción estratégica, que aprovechó una oportunidad. ¿Cuáles son los elementos que conforman el plan carioca? En primer lugar, es una acción que comenzó hace casi cuatro años, en buena parte aprendiendo de las experiencias de Medellín y de Nueva York en seguridad pública. Segundo, tiene que ver con el establecimiento de una secretaría de seguridad pública en el Estado (provincia) de Río de Janeiro, directamente responsable ante el gobernador elegido por los ciudadanos, y el nombramiento estable de un responsable, Jesús Beltrame, el cerebro junto al gobernador de la estrategia. Este cuenta con una unidad de inteligencia de altísima calidad. Tercero, la adopción de una política de tolerancia cero frente a la violencia, expulsando a los narcotraficantes de las favelas y barriadas. En cuarto lugar, una vez instalada la UPP en cada favela, una agresiva acción estatal de provisión de servicios públicos de calidad, con el objetivo de reemplazar a los narcotraficantes por el Estado. Quinto, una acción colaborativa entre el gobierno central y el estadual, que cuenta además con un apoyo de la prensa, las ONG, las empresas, en fin, de todo el mundo. Sexto, está el crecimiento económico de Brasil, que mejora nuevas oportunidades de empleo y las políticas sociales, por las que Brasil es famoso. En séptimo lugar y, si bien el combate contra la corrupción policial, judicial y política no ha terminado, hay un esfuerzo sostenido de renovación y profesionalización.

Seguramente hay mucho camino por delante, pero hay una estrategia clara. Como ha escrito recientemente Benjamin Lessing: “La violencia (para no hablar de la pobreza y la exclusión social) sigue, pero por primera vez en años es posible pensar que Río está en camino de un nuevo equilibrio, uno en el que la violencia ya no es la estrategia preferida de los narcos, y en el que la seguridad ciudadana ya no es solo un estribillo”.

¡Río es un buen espejo para pensar en nuestros propios problemas de seguridad! Las ideas centrales son planificación de largo plazo, profesionalización policial, cooperación nacional y provincial y público-privada, acción sostenida contra la corrupción y la impunidad y un esfuerzo sostenido de recuperación de la confianza de la población en el Estado y la Policía. Sin embargo, es todavía un espejo en que nos reflejamos muy mal.