¿Ya escribió algo sobre el 30 de septiembre?”, me pregunta una chica que estudia periodismo cuando me dirijo a la entrega de los premios Mantilla Ortega. “Sí, pero hace 30 años”. Me queda viendo, no sabe si hablo en serio. “Bueno, era un libro sobre Velasco Ibarra, el caudillismo y los golpes de Estado. La verdad, no hemos avanzado mucho: seguimos atrapados en la dialéctica centenaria entre el caudillo y el cuartelazo”.

El tema del velasquismo me sigue como una sombra durante la premiación y el lanzamiento del libro sobre los 20 años del concurso de El Comercio, incluyendo los amores de Velasco que me detalla Jorgito Ribadeneira. Al abandonar el antiguo Hospital Militar distingo a un solitario Diego Oquendo con abrigo oscuro, hablando por celular. “Cuidado te toman una foto y te acusan de conspirar”, le digo en broma y entramos en materia pues resulta que el militar acusado, Fidel Araujo, es hijo ni más ni menos que del ‘Omoto’ Araujo, célebre velasquista. “Estoy muy preocupado”, dice Diego. “A mí en cambio, los eventos del Regimiento Quito me trajeron a la memoria la muerte de Isidro Guerrero, ¿te acuerdas?”. “¡Cómo no!”. Y me cuenta la anécdota: cuando se iniciaba en periodismo tuvo la osadía juvenil de preguntarle años después a Velasco si era verdad que le perseguía el fantasma de Isidro Guerrero. Dio un golpe furioso en la mesa y abandonó la rueda de prensa.

Ya en casa, vuelvo a hojear los sucesos del tercer velasquismo (1952-1956) en El gran ausente, la estupenda biografía de Velasco escrita por Robert Norris. ¡Increíble! Tres intentos de golpe, las intrigas de Manuel Araujo, el ataque del Gobierno a la prensa y la clausura de El Comercio porque Jorge Mantilla Ortega se negó a publicar un comunicado oficial que acusaba a los periódicos y a los periodistas de “corrompidos y corruptores, responsables de los problemas nacionales”; la prisión de Pedro Jorge Vera y Alejandro Carrión, el célebre articulista Juan sin Cielo, acusados “de desacato contra el Presidente”, y luego la agresión criminal de los pesquisas contra Juan sin Cielo. Finalmente, en medio de la agitación estudiantil, el propio Velasco juntó soldados de la guardia presidencial y fue a ‘dialogar’ con los estudiantes en huelga del Juan Montalvo, quienes lo recibieron a piedrazo limpio. Pálido, desencajado, en estado de histeria, Velasco dio la orden de disparar y cayó Isidro Guerrero. 20 años después, cuando entrevisté a Velasco en Buenos Aires, me dijo que los propios compañeros habían matado a Guerrero. ¿Para qué hacer tal barbaridad? “¡Para crear el problema! ¡Yo, asesino!”, respondió el caudillo. “¡Esas son las prácticas del comunismo internacional!”.

Tomado de Diario El Comercio.