A finales del siglo XIX regían, en algunos estados de los Estados Unidos de América, unas leyes conocidas como Jim Crow laws.

Estas normas buscaban discriminar a los afroamericanos, separarlos de la gente de raza blanca, provocando múltiples linchamientos.

Eran leyes aprobadas por mayorías pero, ¿eran justas?

Una de las ventajas de la democracia es que exige que la mayoría tome las decisiones.

Para ocupar un cargo público se requiere mayoría de votantes.
Para aprobar una ley, mayoría de asambleístas.

Este es un principio esencial para evitar que un grupo minoritario, o incluso una sola persona, decida, como pasa en las dictaduras.

Sin embargo, este principio mayoritario también tiene riesgos, pudiendo convertirse en una tiranía.

Por el simple hecho de que una ley se aprueba por mayoría, podemos llegar a creer que se trata de una decisión buena y justa.

Evidentemente, una ley no es justa por el hecho formal de haber sido aprobada por una mayoría. Las Jim Crow laws son un claro ejemplo.

Pero sería ingenuo pensar que estas situaciones ya no ocurren.

Las mayorías siguen, hasta la actualidad, aprobando leyes que destruyen minorías.

Los legisladores españoles nos acaban de dar una lección en cómo no proteger a una minoría totalmente indefensa.

El Senado acaba de permitir, tras la aprobación en el Congreso, una ley del aborto libre.

Así es, tiranía de la mayoría pura y dura.

Una supuesta mayoría de  ciudadanos, representados por una mayoría de congresistas y senadores. decidió que las mujeres pueden matar al  nasciturus; una minoría callada e indefensa.

Dentro de cuatro meses, cuando la ley entre en vigor, las niñas desde los 16 años podrán, informando a uno de sus padres, decidir si matan a la persona que llevan en su vientre.

No se requerirá informar si se prueba que le causaría a la mujer graves problemas.

Con el pretexto de que la mujer es libre de decidir qué hacer con su embarazo, se le permite abortar. ¡Grave error!

La libertad debe ser defendida siempre, pero no puede ser protegida frente a la vida de otro, mucho menos de un indefenso.

Es justamente para evitar este riesgo donde entra la Constitución y el Estado de Derecho, esos dos conceptos tan bonitos como vulnerados.

Se encargan de limitar esa posible tiranía, frenando el poder de la mayoría y manteniendo una separación de funciones real.

Por ejemplo, la Constitución, al proteger la vida, es un límite al aborto.
 Sin embargo, en España, donde también se garantiza la vida, la mayoría de congresistas y senadores aprobaron el aborto.

Decía San Agustín que una ley injusta no es ley sino violencia.

La mayoría es un requisito formal de aprobación de leyes, pero no convierte lo injusto en justo por el simple hecho de que muchos piensen así.

El aborto, aunque mucha gente diga lo contrario, seguirá siendo un abuso de la mayoría sobre una minoría indefensa.