Los días 22 y 23 de mayo pasado estuvo en Guayaquil Néstor Braunstein, el psicoanalista argentino radicado en México, autor de El goce, una obra sobre una de las categorías centrales del psicoanálisis contemporáneo, que ha alcanzado cierta difusión. Braunstein vino invitado por el Movimiento Estudiantil de Trabajo Autónomo (META), con el apoyo de la Federación de Estudiantes y de la Universidad Católica de Guayaquil, para dictar su seminario ‘La memoria del uno y la memoria del otro’.
El seminario de Braunstein debe destacarse tanto por lo que significa para el trabajo que realizan las escuelas de psicoanalistas como por el aporte que puede representar para las ciencias humanas en la ciudad. Por su nivel académico, el seminario debe ser registrado en la prensa como parte de las actividades culturales importantes realizadas en Guayaquil en estos días.
En el encuentro, Braunstein desarrolló una teoría del recuerdo. Apoyándose en Freud y Lacan, sostuvo que los recuerdos infantiles no son copias fieles de los acontecimientos que pretenden relatar. Son narraciones que ocultan y deforman acontecimientos de la infancia y pueden ser analizados como los sueños. Según Braunstein, al principio Freud intentó averiguar si los recuerdos de sus analizantes correspondían a hechos reales de sus primeros años de vida. Después concluyó que se trataba de lo que llamó fantasías originarias, que estructuran la vida del sujeto.
Los recuerdos de la infancia y el deseo están íntimamente ligados entre sí. El deseo estructura el recuerdo infantil. El psicoanálisis del recuerdo revela que este es, en realidad, un mito que realiza imaginariamente el deseo infantil del sujeto, deseo que este último no puede confesarse a sí mismo. De allí el carácter nostálgico del recuerdo. La dificultad para olvidar ciertos recuerdos que retornan insistentemente, aunque el sujeto no los pueda descifrar. El recuerdo deforma el deseo encubierto y, de este modo, deja fuera un resto. Este resto es el olvido. La memoria solo existe como olvido. Esta es la paradoja del recuerdo y la memoria.
¿Y la memoria política? A la historia le ocurre lo mismo que a los recuerdos infantiles. La historia es interpretación de textos. Los textos son, a su vez, interpretaciones. La historia es un pozo sin fondo: interpretación de interpretaciones. El hecho histórico real está perdido en los pliegues de las lecturas del mismo, realizadas incluso por sus mismos protagonistas. La historia es imaginaria, aun cuando sea científica.
La historia también es repetición. Retorno insistente al mito de origen. Este retorno no está solamente en los textos históricos, sino en los ritos cívicos y políticos que organizan la vida de una comunidad. La narración histórica y los ritos políticos se estructuran como intento periódico de recuperación de un objeto imaginario perdido.
La teoría de Brunstein permite leer la historiografía de Guayaquil. En las narraciones de las invasiones de los piratas al Puerto, en el relato de los incendios –en los cuales la ciudad se pierde y renace–, en las fundaciones y la Independencia de Guayaquil; en todas estas historias, Guayaquil es un objeto perdido-recuperado imaginariamente. Objeto de poder siempre forcejeado. Como diría Zizec, en la historia de Guayaquil siempre hay un usurpador del goce: el pirata, el fuego, el Estado central. La narración se construye contra ese usurpador. Pero el objeto por el que se lucha es solo un significante. Es la polisemia de la Independencia y la autonomía, significantes de un futuro que ya siempre fue.