El fortalecimiento de la izquierda y del socialismo en el país es el producto de una crítica radical del neoliberalismo, que se produce en medio de la crisis económica y social de la última década.

Pero la crítica del neoliberalismo no debe confundir a este con el liberalismo político. Aunque en el Ecuador y América Latina, el neoliberalismo –como doctrina económica y proyecto político– se ha identificado con la tradición del liberalismo político, es importante aclarar que no existe una relación necesaria, paradigmática, entre ambos, sino una relación contingente y que, así como el neoliberalismo apuntó a articular los valores e instituciones del liberalismo político a su propio proyecto, también es posible una lectura del liberalismo político desde la izquierda, que articule dichos valores e instituciones a la construcción de un socialismo democrático.

En la tradición del pensamiento socialista ecuatoriano, el liberalismo es un significante asociado a las élites económicas y políticas nacionales. Representa los privilegios de esas élites y la desigualdad social. La Revolución Liberal fue apoyada por plantadores de cacao y comerciantes y banqueros de Guayaquil. El partido Liberal fue acusado posteriormente de fraudes electorales. De esta manera se tejió históricamente un vínculo entre el liberalismo político y las élites económicas y políticas tradicionales del país.

Esta lectura tiene que ver con los contextos sociales y políticos nacionales particulares en los cuales nació y se desarrolló en el Ecuador el liberalismo político, pero hay que decir que este último, como doctrina política,  no tiene un vínculo necesario con dichos contextos. Estas articulaciones son contingentes, de modo que una lectura diferente puede tener otro efecto de sentido y otra productividad política.

El liberalismo político traza la sociedad como un sistema de fronteras que produce un conjunto de contrapesos necesarios para proteger la libertad y la igualdad del individuo y del ciudadano frente al Estado. La separación de la Iglesia y el Estado, la separación de la universidad y el Estado, la división entre sociedad civil y Estado; la frontera entre lo público y lo privado, la división de poderes, son todas formas institucionales generadoras de libertades e igualdades dentro de cada una de las esferas señaladas.

La separación de la Iglesia del Estado y la autonomía de las universidades aseguran la liberad de culto y de pensamiento.  La separación de la sociedad civil del Estado crea la condición necesaria para el desarrollo del mercado, en el cual todos los agentes actúan libremente. La posibilidad de comprar y vender libremente en el mercado es un derecho de los ciudadanos, que aparece como un asunto privado solamente porque forma parte de prácticas sociales altamente institucionalizadas, pero que se repolitiza fácilmente. Estos ámbitos institucionales producen también igualdad entre los sujetos que forman parte de los mismos. La división de poderes es una forma de crear contrapesos que protejan la libertad y la igualdad de los individuos y los ciudadanos de la concentración del poder político.

También se debe reflexionar sobre el liberalismo político desde el multiculturalismo. Para el liberalismo, las diferencias ideológicas son constitutivas de la sociedad política. El liberalismo no pretende eliminar las diferencias políticas. El rival es un adversario, no un enemigo. Desde otra perspectiva, para el multiculturalismo y el pensamiento posmoderno, la diferencia es constitutiva de los sujetos.

La conclusión, entonces, es que el desarrollo de una democracia social que reduzca las desigualdades sociales tiene que ir acompañada de una revalorización del liberalismo político y del multiculturalismo.