Thomas Hobbes acuñó en el Siglo XVII este nombre para explicar el Estado moderno. La guerra de todos contra todos en la sociedad moderna solo puede superarse con la formación de una autoridad política que todos reconozcan. El Estado es Mortal, porque es el resultado de un contrato social entre voluntades libres, pero es un Dios, porque no se reduce a las voluntades que lo producen. No es la simple suma de estas voluntades.
Durante los últimos 100 años, el Ecuador ha vivido varias veces esa situación de guerra política, de la que parte Hobbes. Cada vez que se ha presentado una crisis severa de la economía, la división de la clase política vuelve ingobernable la crisis.

La desdolarización puede ser un hecho traumático y puede arrastrarnos a una crisis tan larga y destructiva como la que empezó con el derrocamiento de Mahuad. La misma barrió con las instituciones democráticas. Esto, en medio de una crisis histórica del capitalismo global cuyo término no está claro.

El liderazgo del presidente Correa se apoyó hasta ahora en un Estado fortalecido por la demanda mundial del petróleo, pero la nueva crisis invierte la tendencia. El debilitamiento del Estado produce fuerzas que apuntan a la dispersión y a la oposición política y social, como el movimiento indígena, las organizaciones ecologistas, el autonomismo, y el flujo de inversiones grandes y pequeñas al exterior. Todos estos sectores, de una u otra manera, se sienten marginados por la intervención y la centralización del Estado.

La crisis económica no tiene que conducir necesariamente a una guerra social no declarada. Las crisis económicas se dirigen políticamente. La economía no es un sistema cerrado autorregulado.

El control y la conducción de la crisis presuponen un acuerdo político nacional. Este acuerdo es el Dios Mortal de Hobbes. Las fuerzas políticas que concurren al mismo, poseen sus demandas propias, las cuales al ser incluidas y reformuladas en un nuevo proyecto nacional, cambian de sentido, con lo cual se transforman también las identificaciones ideológicas de todos los sujetos involucrados. El acuerdo es, entonces, una operación política de producción de una nueva unidad política nacional y de nuevos sujetos políticos y sociales.

Para crear una base sólida de sustentación de un proyecto político de mediano plazo, los sujetos políticos y sociales tienen que identificarse con el proyecto. Esto ocurre cuando sus demandas son asumidas en el mismo. Solo de esta manera dichos sujetos pueden comprometerse a apoyar seria y responsablemente el proyecto en cuestión.

La crisis económica obligará a reformular el paradigma del socialismo tal como ha sido interpretado por la Revolución Ciudadana. Con la crisis, se debilita la posibilidad de desarrollar un Estado fuerte, como articulador económico y político de la sociedad, financiado con la renta del sector minero. La reactivación de la economía va a depender más de las fuerzas del mercado. La atracción de inversión privada, nacional y extranjera, será decisiva para reducir el desempleo, la pobreza y la desigualdad.

La legitimidad política del proyecto socialista va a depender, entonces, crecientemente, de la posibilidad de integrar en su programa, demandas del sector empresarial y de las clases medias ligadas al mismo, los cuales en algunas partes del país, como Guayaquil, son los que demandan también la descentralización efectiva del Estado.