La Semana Santa de estos años nada tiene que ver con aquellas de nuestra infancia o de nuestra juventud. La evolución de la sociedad –evolución vertiginosa, poco razonada, descontrolada a veces– se ha llevado consigo elementos importantes que daban mayor realce a convicciones y creencias. Hoy es Miércoles Santo, lo pongo con mayúsculas porque no es un miércoles más sino uno de los siete días que anteceden al Domingo de Resurrección. Si la vorágine de cambios turbulentos nos arrebató la sacralidad de estas jornadas, nos queda sin embargo algo que nadie nos puede quitar: la capacidad de pensar, de razonar, de examinar nuestros actos; es dable en estos días pedir, implorar o sugerir cambios de actitudes, necesarios para el robustecimiento del tejido social; esto pretendo con esta entrega, amigas y amigos.

-La paz es un bien nacional que lo empezamos a perder hace mucho tiempo; no dimos importancia a esa pérdida; hoy comienza a preocuparnos muy seriamente; hay quienes afirman que es ya demasiado tarde. Paz es el resultado de la armonía que debe reinar en el hogar, en las instituciones públicas y privadas, entre mandantes y mandatarios. La paz presupone el orden y este debe sustentarse en la justicia. Es pecaminoso todo discurso político que alienta la división y propugna la lucha de clases. La paz es fruto de consensos, jamás de atropellos a la libertad. La paz no es hija del miedo.

-Las entidades que cuentan con una mayoría abrumadora para tomar decisiones tienen la enorme responsabilidad de meditar profundamente; no es la voluntad del presidente de la compañía, por ejemplo, la que tiene que respetarse sino los sustentos o razones que convierten a una ley, reglamento o disposición en algo útil y necesario para la sociedad. El irrespeto a la verdad y el atropello a la razón cuando se adoptan como fórmulas de gestión, a la corta o a la larga, se vuelven en contra de quienes las idearon. Los temas vitales para un país deberían resolverse por unanimidad o, por lo menos, ser discutidos a fondo para que la comunidad conozca sus pros y sus contras.

-Es indigno legislar desde curules ancladas en mayorías numéricas no siempre provistas de serenidad, probidad e independencia. Mirar al pasado para condenarlo, sin previo juicio, bajo el remoquete de “la larga noche neoliberal” es quebrar honras, trastocar el orden y convertirse en jueces sobre normativas  generales que establecen principios y defienden circunstancias. Juzgar los tres últimos lustros de vida nacional y legislar con efecto retroactivo para decidir quiénes de nuestros mandatarios deben seguir recibiendo un reconocimiento económico por las funciones ejercidas, me parece una grosera mezquindad. Que se norme para el futuro, en buena hora, siempre que la nueva ley esté impregnada de sensatez y no sepa a venganza o rencor. Las presidencias de Abdalá Bucaram, Rosalía Arteaga, Fabián Alarcón, Jamil Mahuad, Gustavo Noboa, Lucio Gutiérrez y Alfredo Palacio son responsabilidad de quienes un día los elegimos, como primeros de a bordo o compañeros de responsabilidades.