El más reciente de esos recordatorios está en informes de trabajos forzados en fábricas chinas y el hallazgo de que algunos de los populares juguetes de la marca Thomas the Tank Engine, fabricados en China, fueron elaborados con pintura que contiene plomo. Antes de eso China fue noticia por la comida para mascotas contaminada, el empecinado respaldo a Sudán por su petróleo, los informes regulares de abusos a los derechos humanos, las gigantescas disparidades entre la ciudad y el campo, los controles sobre los medios de comunicación.
¿Por qué enumerar estas fallas ahora? Porque el gobierno y las empresas norteamericanas tienden a quedar tan seducidos o intimidados por China que no harán nada para que ese país alcance el nivel de altas normas en cuanto a derechos humanos y ética empresarial.
Algunas empresas de Occidente han estado tan impacientes por transferir procesos de manufactura a las fábricas baratas de China que, con total despreocupación, han cerrado sus ojos a todo lo que ocurre allá. Así como Google y Yahoo! se alegraron de ayudar al gobierno chino en la represión de información para ingresar a su mercado, también Washington y otras capitales occidentales compiten para darles gusto a los dignatarios chinos que los visitan. La máxima fuente de los fracasos de China es un partido Comunista que ha descartado desgastadas teorías económicas de corte marxista, pero se aferra a su autoritario control en todos los demás frentes, creando una mole peligrosamente desequilibrada.
Este no es un argumento contra el comercio o las inversiones en China. La globalización puede ser una potente fuerza a favor de la democracia. Sin embargo, las violaciones a los derechos humanos no pueden ser relegadas como si fuesen asuntos internos. Así como el mundo, con justa razón, no ha dudado en criticar severamente a Estados Unidos por la situación en Bahía de Guantánamo, tampoco debería mostrarse tímido ante las violaciones sistemáticas y generalizadas de los derechos humanos en China.
El sistema político de China, sin reformas, fomenta la corrupción y los avances económicos de corto plazo, lo que conducirá a mayores desigualdades internas e injusticias. Si China pasara por una reforma política sería una potencia económica incluso más formidable, pero menos destructiva.
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