Ecuador tiene diminutivos para cada palabra del diccionario o casi. El término gordita luce simpático, así como llenita, rolliza. El aumentativo disminuye su impacto mediante el uso de un diminutivo. Llegamos a palabras encantadoras como “bustoncita”. En cambio, palabras como gordiflona, atocinada, mofletuda, amondongada resultan agresivas. Tengo amigas gorditas, les tengo mucho afecto. El pintor Botero supo interpretar aquella faceta ingenua, tierna, que suelen poseer las mujeres “entraditas en carne”. Durante siglos, la obesidad fue signo de vitalidad. Rubens, en el XVII, nos entregó mujeres de senos voluminosos, caderas abultadas, rostros sonrosados, luminosos, piel vibrante. Rembrandt, de igual modo, mostró debilidad por las féminas radiantes, dueñas de atributos generosos. Inspiran optimismo los alegres retratos de su esposa Saskia. La moda impuso escotes profundos. Un cronista de la época habló del “busto perfecto capaz de soportar un candelabro”. Me gusta que una intérprete de Wagner tenga cuerpo de valkiria y me llenan de optimismo las blusas tensas a punto de reventar botones.
Las revistas actuales nos muestran mujeres de senos pequeños, modelos cuyos pechos brillan por su ausencia. Aquello aniquila prácticamente la posibilidad, para una mujer llenita, de encontrar ropa moderna a su medida. Pero están las Dolly Parton, Pamela Anderson, luciendo sus generosos atributos.
Entrevisté a mujeres adorables como lo son Marta Serra Lima, Mercedes Sosa, Montserrat Caballe. Existe de pronto sexismo, casi racismo, frente a diferencias anatómicas. Las dietas están en boga, las mujeres anoréxicas abundan. Sin embargo, las gorditas suelen ser sensuales, emotivas, hasta frágiles. Tienen manos tibias, apenas húmedas. Pueden llegar a ser depresivas, ciclotímicas, bipolares (es decir volubles, pasando de un estado anímico a otro opuesto en cuestión de segundos).
En Mauritania, durante siglos, el ideal de belleza era una mujer muy llena. La civilización europea les hizo saber que la gordura era pecado mortal, que el éxito dependía más de las medidas físicas que de la capacidad intelectual. Estamos de acuerdo en que resulta saludable conservar una silueta razonable pero no es motivo para vituperar en contra de quienes, por razones emocionales, hormonales, simple afición a los helados, chocolate, buena comida, lucen medidas que rebasan lo considerado como aceptable. Las gorditas, que pasan de la risa a las lágrimas en un santiamén, suelen ser sentimentales, románticas; saborean su doble hamburguesa, su medio litro de helado con fruición inenarrable: conquistan mi afecto. Nunca serán candidatas a Miss Universo, pero quienes acepten compartir su pequeño mundo tendrán la sorpresa de hallar más allá de los senos sobresalientes un corazón de lujo.
¿Por qué dejarnos llevar por las apariencias? Un escritor italiano dijo: “Las mujeres de pechos pequeños tienen el corazón grande”. Schopenhauer decretó: “Las mujeres son seres de cabellos largos e ideas cortas”. Héctor Tizón dice que “las mujeres gordas son tiernas pero irresponsables”. Son opiniones absurdas, pues la bondad, la inteligencia, se encuentran más allá de las medidas corporales, del tipo de peinado. La Venus prehistórica encontrada en Willendorf, la griega que hallaron en la isla de Milo, las renacentistas todas, serían consideradas ahora como mujeronas poco atractivas. No podrían ser candidatas al título de Miss Mundo. ¿A quién le importa? Se volvieron eternas.