Primera mentira. Augusto Pinochet sentó las bases de un modelo económico exitoso que aún funciona en Chile.

La verdad desnuda. Cuando Pinochet llegó al poder en 1973 no tenía idea de qué hacer con la economía chilena. Por varios meses la cartera de Hacienda permaneció errática, hasta que alguien invitó a Milton Friedman para que le explique al general sus recetas neoliberales. Pinochet entonces privatizó las empresas estatales y obtuvo un éxito relativo. La economía, antes descalabrada por la feroz oposición contra Allende, recuperó lentamente la normalidad. Pero el modelo neoliberal comenzó a resentirse ya en 1981, cuando quebraron de golpe casi 500 grandes empresas. Al año siguiente, el déficit fiscal alcanzó los 1.200 millones de dólares y la producción cayó el 14%. El Gobierno dejó de lado las recetas de Milton Friedman e intervino la banca, lo que produjo de hecho la estatización de casi toda la economía, puesto que la mayor parte de las empresas productivas había quedado en manos de los bancos, y estos pasaron a poder del Banco Central.

Más de la mitad de las familias (55%) se encontraban entonces por debajo de la línea de pobreza, así que estalló una oleada de huelgas y protestas que Pinochet apenas pudo contener con los tanques en las calles.

El 5 de octubre de 1988, la inmensa mayoría de chilenos acudió a las urnas para decirle “no” a Pinocho. Dos años después asumía el poder la Concertación, una alianza del Partido Socialista y la Democracia Cristiana, que con mucha dificultad consiguió restaurar el equilibrio económico.

Segunda mentira. Pinochet rompió el orden democrático, pero lo hizo para acabar con el desorden y recuperar la paz.

La verdad desnuda. Antes de Pinochet, Chile era uno de los países con mayor tradición democrática en América Latina. El Partido Socialista, que hoy gobierna sin que nadie se asuste, no llegó al poder por vía de las armas sino en un proceso electoral limpio. La ultraizquierda que predicaba la lucha guerrillera no se atrevió a recurrir al terror (como sí lo hizo de manera demencial en Argentina, Uruguay o Brasil), presionada por la simpatía que  el gobierno despertaba en la juventud. Recién el 11 de septiembre de 1973, cuando Pinochet derrocó al gobierno legítimo, se desató la violencia. La iniciativa la tuvo el terrorismo de Estado, que encarceló, torturó y asesinó a miles de chilenos. Entonces, la ultraizquierda respondió. En 1986, después de más de una década de “pacificación”, el propio Pinochet fue víctima de un atentado a plena luz del día con un misil que casi les cuesta la vida. Chile recuperó la paz solo en 1990, cuando el poder pasó a manos de los civiles.

Tercera mentira. Los gobiernos fuertes, como el de Pinochet, son necesarios cuando impera la corrupción.

La verdad desnuda. Pinochet fue un vulgar ladrón que robó decenas de millones de dólares del presupuesto estatal con ayuda de su mujer y sus hijos, recibió coimas y evadió sistemáticamente el pago de impuestos. Los torturadores y asesinos de su gobierno siguieron ese ejemplo y se enriquecieron todos. La miseria, en cambio, se extendió, al punto que la Concertación, al llegar al poder, declaró que la guerra contra la pobreza sería una prioridad del gobierno democrático. Esa guerra todavía no termina, y muchos chilenos en las recientes elecciones decidieron que hacía falta alguien con mayor sentido de justicia social para ganarla.