Las religiones tienen elementos comunes. Y es normal que así sea; pues los humanos tenemos mucho de común y poco de diverso. Al buscar a Dios, los humanos trazamos de él muchos rasgos comunes: generalmente nos lo imaginamos poderoso, rico, sabio, fuente de lo bueno.

Los cristianos llegamos a conocer a Dios no solo en los rasgos trazados por nuestra mano humana, sino sobre todo, en los rasgos que Dios mismo ha ido trazando de Él para darse a conocer a los humanos. Dicho de otra manera, podemos conocer a Dios gracias a las facultades humanas y, sobre todo, gracias a la revelación con la que Dios va trazando los rasgos de sí mismo.

El profeta Isaías (cap. 58) 8 siglos antes de Cristo afirma que los humanos clamamos a Dios, que queremos conocer sus caminos; y Dios dice que lo encontramos, cuando soltamos las cadenas injustas, dejamos en libertad a los oprimidos, compartimos el pan, albergamos a los sin techo.
Entonces Dios nos dice “aquí estoy”. Dios no se manifiesta a los que ayunan para maltratar y para entregarse a pleitos y querellas.

La imagen, que Dios comunica de Él al pueblo de Israel, es trazada con los rasgos de las angustias y esperanzas humanas. Estos rasgos comienzan a trazar una imagen diversa de la imagen que de Dios tienen otros pueblos; imagen de un dios impersonal que está en las nubes, ajeno a los gozos y esperanzas de esos seres minúsculos, llamados hombre y mujer.

Llegada la plenitud de los tiempos, Jesús es enviado por Dios Padre para anunciar la liberación de los cautivos, para dar vista a los ciegos y libertad a los oprimidos (Lucas 4,18). Como ya se ha dicho, al final de la vida seremos examinados en el amor a Dios, expresado en el servicio al prójimo: “Vengan, benditos de mi Padre y reciban en herencia el Reino que les fue preparado desde el comienzo del mundo, porque tuve hambre y me dieron de comer, tuve sed y me dieron de beber...” (Mateo 25,34 sgtes). De nuevo, a Dios no solo se le encuentra  mezclado en las angustias y esperanzas de los humanos, sino que esas angustias y esperanzas son rasgos de su imagen.

Llegamos al trazo que engloba todos los rasgos anteriores de la imagen de Dios, cuando el Apóstol Felipe pide a Jesús que muestre a Dios Padre. Jesús le responde: “Felipe, quien me ve a mí ve al Padre” (Juan 14,9). ¡Dios se manifiesta con rostro humano!

Y nos enseña que el camino que lleva a Dios es el servicio a todos los humanos; un servicio humilde que no rehúye lavar los pies.

Nuestro Dios se “mete en política” a su modo, porque deja su poder para servir a todos.

La búsqueda del bien común es tarea de todos, la búsqueda del poder para servir es tarea de hombres y mujeres de bien; la búsqueda del poder para servirse y servir a un grupo es politiquería, tarea de corruptos.