La primera sorpresa en Buenos Aires fue leer en la sección Teatro de El Clarín (el diario de mayor circulación) que esa noche del miércoles 24 de noviembre se presentaba en el Teatro Colón la Sinfónica de Guayaquil. Me quedé absorto.

¿La sinfónica guayaca en el Colón? Fue lo primero que se me vino a la cabeza.
Algunos años atrás fui invitado a conocer tres grandes centros culturales de la capital argentina: el San Martín y su complejo teatral, el Teatro Nacional Cervantes y el Colón. Este último, sin lugar a dudas, uno de los mejores del mundo.

Esa impresión de inalcanzable, que se me grabó entonces, me fustigó con un bichito de adrenalina y emoción reprimida por el evento que se anunciaba.

Llegué hasta la boletería a temprana hora y recibí la segunda sorpresa cuando me dijeron: “Son los últimos boletos, está todo el teatro vendido”. ¿Todo? Pregunté, incrédulo. “Faltan pocos”, fue la frase final.

Esa noche llovía con cierta ligereza. En el lobby de ingreso, un canal de TV ecuatoriano -Ecuavisa- entrevistaba a los que ingresaban. El recinto estaba casi lleno. Pensé: “el casi es por la garúa”.

Y comenzó la función. No soy especialista en arte musical, ya que a la música yo la percibo como una emoción sin profundidades técnicas. No puedo entonces meterme en laberintos que desconozco, pero la sensación placentera del concierto, unido a un sano fervor patrio, humedeció mis pupilas. Fue una maravilla observar cómo el público –95% argentino– se paró como resorteado premiando con ovaciones cada pieza interpretada.

El director David Harutyunyan, me parece a mí, saca la batuta desde las entrañas y transmite una especial motivación a sus dirigidos. Podría decir, sin temor a equivocarme, que fue una presentación apoteósica y recordé las buenas críticas que recibió la orquesta guayaquileña cuando se presentó con el tenor español Carreras hace pocas semanas en el Centro de Arte.

Fue tanto el orgullo que sentí, que hubiera deseado estrechar la mano a cada uno de los músicos para mostrar el agradecimiento por tan bella velada. Conocía por el programa que el 25 tenían que presentase en Montevideo, y el 29, en Santiago de Chile. Pero esa historia que la cuente otro.

En Guayaquil el arte tiene que buscar al pueblo, al público. Es necesario que se compartan geográficamente las presentaciones culturales y que no sean exclusivas de ciertos lugares. La cultura es un derecho de los pueblos.

Y otra cosa, en el Colón, al final del concierto y cuando el director salió tres veces a recibir el multitudinario aplauso, salió repentinamente un señor bajito de estatura, con el brazo en alto, a felicitar al director. Después me enteré de que era el señor embajador ecuatoriano. Única vez que apareció y punto.