Tras varios decenios de la revolución sexual, investigadores de la sexualidad humana en Estados Unidos siguen operando en algo similar a un mundo científico clandestino, temiendo la supresión o la censura popular.

En una escena del filme Kinsey, que será estrenada en Estados Unidos hoy, agentes gubernamentales incautan una caja de materiales de estudio que está siendo embarcado por el Dr. Alfred C. Kinsey, el pionero en la investigación de la sexualidad, y decomisan su contenido por considerarlo obsceno.

La escena retrata una época en la historia estadounidense, entre los decenios de los cuarenta y los cincuenta, cuando las relaciones maritales se discutían muy rara vez y los reportajes francos acerca del sexo eran recibidos con ansiedad colectiva rayana en el horror. En 1948, cuando Kinsey publicó Conducta Sexual en el Varón Humano, lo tildaron de pervertido, fue catalogado como una amenaza e incluso un comunista.

Tras varios decenios de la revolución sexual, investigadores de la sexualidad humana en Estados Unidos siguen operando en algo similar a un mundo científico clandestino, temiendo la supresión o la censura popular. En una cultura rebosante de conversaciones sexuales y consejos en revistas y películas, así como en la televisión diurna, los investigadores presentan sus hallazgos en lenguaje cifrado, a sabiendas que en cualquier momento ellos, al igual que Kinsey, pudieran ser considerados como una amenaza pública.

En julio del 2003, por ejemplo, el Congreso estadounidense amenazó con clausurar varios estudios sexuales considerados de alta importancia, incluyendo uno sobre emoción y excitación, y otro sobre empleados de salas de masajes. Durante el verano pasado, funcionarios del área de Salud se negaron a financiar una propuesta ampliamente anticipada, que contaba con el respaldo de tres grandes universidades, con miras a capacitar a estudiantes interesados en el estudio de la sexualidad.

Quizás las protestas más intensas han surgido en respuesta a esfuerzos para tratar –o incluso para estudiar– conducta sexual desviada como la pedofilia, oposición que solamente se ha tornado más feroz tras las consecuencias de los escándalos en la Iglesia Católica.

“Yo he estado en este campo durante 30 años, y el nivel de temor e intimidación es mayor hoy día de lo que puedo recordar en el pasado”, destacó el Dr. Gilbert Herdt, investigador en la Universidad Estatal de San Francisco que dirige el Centro Nacional de Recurso Sexual, centro distribuidor de información sexual. “Luego de las elecciones recientes, existe inquietud en cuanto a que se producirán incluso más intrusiones de la ideología en la ciencia”.

Buena parte del recelo tiene sus raíces en creencias religiosas. Algunos creyentes devotos ven cualquier esfuerzo con miras a catalogar la conducta sexual como algo equivalente a publicar una guía de campo para el pecado carnal, algo así como una invitación a la desviación.

“Conocemos la fórmula para la salud sexual, que consiste en relaciones sexuales dentro de una relación monógama a lo largo de toda la vida”, dijo el reverendo Peter Sprigg, el director de estudios sobre el matrimonio y la familia por parte del Consejo de Investigación Familiar, conservador grupo de cabilderos con sede en Washington. “El estudio de sus permutaciones, pensamos, es un esfuerzo enfocado a cambiar las etiquetas sexuales de la sociedad para que así se vea más normal lo que la mayoría de la gente considera que son conductas desviadas”.

Si bien los conservadores religiosos siempre han presentado objeciones a la investigación sexual, varias nociones han cambiado desde la época de Kinsey, destacó el Dr. John Gagnon, profesor emérito de sociología en la Universidad Estatal de Ciudad de Nueva York en Stony Brook.

“En ese entonces, la moralidad de los protestantes en pequeños poblados era la moral estadounidense, y hablaba con una sola voz”, explicó. “Hoy día, ellos no son los únicos que definen la conversación; existen voces seculares que compiten entre sí y hablan acerca de la salud sexual, acerca del placer, del feminismo, del movimiento homosexual y así sucesivamente”.

En respuesta, según Gagnon, los detractores de la investigación sexual se han vuelto más organizados y conectados políticamente. Sprigg coincidió en cuanto a que grupos conservadores como Enfoque sobre la Familia y el Consejo de Investigación Familiar han coordinado sus críticas hacia la investigación sexual para llevar mayor escrutinio a los proyectos. A finales del año pasado, la Coalición de Valores Tradicionales, organización que aglutina a 43.000 iglesias, presentó objeciones públicas hacia aproximadamente 100 millones de dólares en investigaciones respaldadas por el gobierno estadounidense, buena parte de ellas sobre la conducta sexual, y compiló un directorio de más de 150 investigadores que habían llevado a cabo estudios sobre la sexualidad. Ese directorio ha circulado ampliamente tanto entre detractores como científicos, quienes se refieren a ella como una “lista de objetivos”.

* Science Times.

© The New York Times News Service.