Un tema de interés académico, pedagógico y político es el del civismo, que para muchos constituye una entelequia difícil de procesar y entender, en un país como el Ecuador que afronta, a comienzos del tercer milenio, una serie de problemas de identidad.
¿Qué está pasando con los conceptos y praxis de patria y los valores ético-cívicos?
Hace poco surgió una idea interesante, salida de un grupo de jóvenes promotores, quienes, afirmados en la lógica del mercado, propusieron crear y desarrollar, en el ámbito nacional e internacional, la “marca” Ecuador, como estrategia de comunicación que valoriza las bellezas naturales. Esta idea se compagina, de algún modo, con otra, nacida del sector privado que, con el lema Dile Sí a lo Nuestro, incentivó en la población el consumo de bienes nacionales.
Pero, la pregunta de fondo subsiste: ¿El civismo entendido como pertenencia e identidad con el país, su cultura, sus instituciones y los intereses patrióticos subyacentes, depende de una estrategia de persuasión, asociada a una campaña sostenida en los medios? ¿O hay necesidad de algo más profundo como la apropiación de imaginarios nacidos de esa impronta o matriz cultural, definitivamente simbólica, que se internaliza en la historia y la etnicidad, asociados a la familia y a la escuela, y por supuesto, a las construcciones discursivas de nuestros líderes?
El tema es complejo. Según el ecuatoriano Javier Andrade, artista, radicado en Alemania, “en el país se vació el sentido de civismo”. “Para el caso de nuestras sociedades –dice– la memoria es un factor de resistencia y de reencuentro”, pero “la globalización, tal como está planteada, por ser absorbente, aglutinadora e imperativa, descalifica toda manifestación de diversidad”.
En mi concepto las nuevas sensibilidades están en juego; unas provienen de agentes externos, por la vía de las tecnologías y los medios audiovisuales; otras por los problemas que reproducen y amplifican la escuela y esos medios: la crisis económica, política y social, que delata el desgaste de los líderes y condicionan el desencanto producido por las preocupaciones diarias de supervivencia.
Así, la patria tiene para los ciudadanos y ciudadanas diferentes íconos y matices: se halla fragmentada y regionalizada, en ocasiones difusa o particularizada, y en ocasiones cruzada por los rituales. Para algunos emigrantes, por ejemplo, la patria puede ser la música de Julio Jaramillo o la Virgen del Quinche; la foto de un paisaje o un billete de cien sucres. En tanto, el himno, la bandera y el escudo no siempre emocionan, salvo en las manifestaciones deportivas.
¿Es posible recobrar el verdadero sentido del civismo, es decir, el celo por los derechos y los deberes de los ciudadanos, el respeto a las instituciones y el apego a los intereses superiores de la patria? ¿Qué hace la educación al respecto?
Es urgente, según Joaquín Barbero, pasar de los medios a las mediaciones. A nuevas intermediaciones articuladas por el discurso o por las imágenes, pero asignados a construir significados, pertenencias y valores.