El poder económico y la prosperidad se miden, no por la extensión del territorio, sino por el número y la eficiencia de las transacciones que ocurren dentro de ellas. Por ello es que las naciones más pequeñas o los centros marítimos, como Holanda en el siglo XVIII o Hong Kong y Singapur en la actualidad, tienen gran poderío económico.
A primera vista, parece una pregunta muy extraña. ¿Podría Rusia –o cualquier nación-estado– ser alguna vez demasiado grande? Todas las potencias de la historia, desde los persas y los romanos hasta los Habsburgo, Napoleón y Hitler, han creído que extender los dominios imperiales llevaría a un aumento correspondiente en fuerza e influencia.
Bueno, piénselo de nuevo, dice un nuevo estudio publicado por el Brookings Institution en Washington, y llamado La maldición siberiana. Sus autores, Fiona Hill y Clifford Gaddy, se concentran únicamente en un ejemplo, el de Rusia en los últimos dos siglos (especialmente en su fase soviética); pero pudiera tener implicaciones más generales sobre la compleja relación entre la geografía, la historia y la sociedad humana.
Su argumento es simple. Cuando los exploradores zaristas presionaron hacia el Este por miles de millas hasta llegar a las playas del Pacífico, conquistaron la región más grande, más desesperanzada y más inhabitable del mundo. Pero los imperialistas rusos estaban tan apasionados por tener una mayor porción de la tierra, y por establecer su propio “destino manifiesto”, que no pudieron reconocer que todos los intentos por explotar estas regiones envueltas en hielo costarían más recursos de los que pudieran extraerse del desierto siberiano.
Si el verdadero precio de la transferencia de las maderas de las estepas del Norte al Occidente era tres veces más grande que su precio de venta, ¿qué sentido tenía el esfuerzo? Si costaba cinco veces más recuperar el gas natural de debajo de las capas de hielo permanente para venderlo en los mercados de Moscú, ¿para qué hacerlo? Si eso fue un serio problema para los planificadores del zar, lo fue mayor aún cuando los burócratas soviéticos tomaron el control.
Los soviéticos no reconocieron esto como un problema. Creyendo en la superioridad del socialismo científico, y obsesionados con lo que uno pudiera calificar de “gigantismo”, lanzaron dinero, materias primas, y las vidas de millones de trabajadores para la creación de grandes ciudades, fundiciones de acero, y plantas en una de las regiones más frías del mundo.
De las 100 ciudades más frías en el hemisferio norte, 85 están en Rusia, 10 en Canadá, y cinco en Estados Unidos. Tan pronto como se establecieron estas ciudades soviéticas, comenzó su deterioro. La infraestructura necesitaba constantes reparaciones, los apagones eran endémicos. A 35 grados bajo cero, las estructuras de acero colapsan masivamente.
Esto cambia algunas de las formas en que piensan los estrategas sobre los componentes del poder. Claramente, el tamaño de la masa terrestre es una medida inadecuada. En diciembre de 2002 el asesor económico del presidente Putin lo resumió como sigue: Rusia tiene el 11,2% del territorio del mundo, pero solo el 2,3% de la población mundial y tan solo el 1,1% del PIB del mundo.
Podría haber otros sitios, fuera de la Antártida, donde también cabe esta reflexión.
El desarrollo a gran escala de los desiertos sin agua del Sahara (excepto para la extracción de petróleo) parece sin sentido. La mayoría de los australianos vive sabiamente alrededor de las regiones costeñas. La mayoría de los canadienses vive a 100 millas de la frontera de Estados Unidos; e incluso en Estados Unidos uno lee regularmente sobre la continua despoblación de los grandes llanos. Los extremos de la naturaleza aseguran que las grandes extensiones de tierra no se desarrollen bien.
Hill y Gaddy hacen una sugerencia interesante. El poder económico y la prosperidad se miden, no por la extensión del territorio, sino por el número y la eficiencia de las transacciones que ocurren dentro de ellas. Por ello es que las naciones más pequeñas o los centros marítimos, como Holanda en el siglo XVIII o Hong Kong y Singapur en la actualidad, tienen gran poderío económico. Estos sitios están llenos de comerciantes, ideas abiertas, y son ágiles en respuesta a las nuevas tecnologías; los burócratas siberianos en las colonias cubiertas de hielo son exactamente lo opuesto.
Bueno, es reconfortante recordar que el tamaño por sí no importa mucho en la política mundial. ¿No estaría China mejor equipada para hacer frente a sus grandes problemas económicos, ambientales y sociales si tuviera, digamos, 500 millones de habitantes y no 1.400 millones?
No se trata de un argumento en favor de los pequeños (incluso aunque piense que muchos países pequeños como Dinamarca, Irlanda, Holanda, Nueva Zelanda, están en lo correcto). Francia, Gran Bretaña y algunos países europeos de mayor tamaño también están en lo correcto: es decir, poseen un adecuado equilibrio entre su geografía, población, economía y sociedad. Y Estados Unidos es único en el sentido de que, aunque siendo un país tan extenso como un continente, las regiones que experimentan severas condiciones climatológicas han sido superadas ampliamente por aquellas que disfrutan de recursos naturales en abundancia.