Ustedes recuerdan, amigas y amigos, al viejo Galileo Galilei. Su cara quedó impresa en mis retinas de adolescente: pensativo, de luenga barba y de ojos vivaces, así recuerdo al hombre que tuvo que afrontar una enorme responsabilidad personal: la lealtad. Ser fiel a sus creencias de cristiano católico convencido, y en consecuencia obediente a las decisiones del pontificado, y ser también fiel a las verdades descubiertas por la ciencia.

La fidelidad a su conciencia fue la que primó, lo demás todos ustedes lo conocen y ciertamente, al comenzar este nuevo año, a ninguno de ustedes les deseo un dilema parecido al que se le presentó a nuestro viejo científico.

Agradezco a mi sobrino Vairon por alimentar esta columna a través del correo electrónico con estas colaboraciones que comparto con ustedes: En cierta ocasión alguien preguntó a Galileo Galilei cuántos años tenía. “Ocho o diez”, repuso Galileo, en evidente contradicción con su barba blanca. Y luego explicó: “Tengo, en efecto, los años que me quedan de vida porque los vividos no los tengo, como no se tienen las monedas que se han gastado”.

Crecemos en sabiduría si valoramos el tiempo como Galileo. Decimos con asombro: “Cómo pasa el tiempo”. Pero, en realidad, somos nosotros los que pasamos. El astrónomo italiano sabía que acá estamos de paso. Somos peregrinos y es bueno pensar en la meta que nos espera. La certeza de que nuestro caminar terreno tiene un final, es el mejor recurso para valorar más cada minuto. Así podemos aprovechar lo único que tenemos: el presente.

Esta reflexión se une al pensamiento de Charles F. Kettering, aparecido en EL UNIVERSO, el 1 de enero de este año: “Me interesa el futuro porque en él voy a pasar el resto de mi vida”.

Analizar el pasado para no cometer nuevamente los mismos errores, es propio de sabios; estudiar las huellas de la historia para apreciar el bagaje con que el pasado aportó a nuestra civilización, es propio de seres reconocidos y nobles; desvelarse porque este día sea importante en mi pasado y porque estas horas dejen recuerdos imborrables e intachables, es algo deseable y óptimo.

Sin embargo, si nosotros detenemos un momento el loco carro de nuestra existencia personal y si en esa pausa reposada escogemos la forma más sensata de vivir, creo que lo más indicado será empezar a construir nuestro futuro con cada instante de nuestro presente.

Un ejemplo muy sencillo: “Mi hijo ha perdido su año de estudios”. ¿Qué hacer? Pues construir el futuro. Analizar las razones del fracaso, está bien; corregir los errores de nueve meses de descuido, qué mejor. Lo más importante pienso que está en iniciar la construcción del próximo año escolar y de su éxito, con una agenda en la que todos los minutos del día sean privilegiados; preocupación del hogar por su hija o hijo, todos los días; crear motivaciones importantes que sean fuerzas endógenas que obren el milagro de un futuro promisorio; es decir, no vale llorar plañideramente sobre los muertos cuando es posible tejer guirnaldas para los vivos.