Cuando en noviembre del 2002 el coronel Gutiérrez ganó las elecciones en alianza con Pachakutik y el MPD, un gran sector del país pensó –asustado– que iba a vivir una nueva y desconocida experiencia con un gobierno de izquierda, aunque parecía tener cosas buenas, pues durante la campaña había enarbolado, entre otras banderas, las de la lucha contra la corrupción; la eliminación de la desigualdad socioeconómica; la reforma del Estado y la extradición de algunos prófugos.

Pero, como luego de transcurrido un año las promesas no se han cumplido ni de lejos –y más bien han persistido determinadas prácticas políticas cuya abolición se esperaba– el país le ha retirado su respaldo al Coronel, a tal punto que una cifra tan alta como el 50%  de las personas a quienes se interroga en los sondeos de opinión, dicen que no confían en él; y van más allá, pues según informó este Diario en su edición del último domingo, “cinco de cada diez habitantes de Guayaquil y de Quito consideran que lo peor que le ocurrió al país en el 2003 fue el Presidente de la República y su gobierno”.

Esa información dice también que las razones que esgrimen los ciudadanos para incluir a Lucio Gutiérrez  entre lo negativo, son el conocido incumplimiento de sus promesas, el no saber gobernar, el no escoger a personas calificadas, además de sus contradicciones permanentes, todo lo cual torna bastante peligroso el futuro del Presidente, en especial si se toma en cuenta el pedido persistente del indigenado que mira las acciones del gobernante casi como una traición.

Vale comentar de paso que este afán de Pachakutik, la Conaie y compañía resulta curioso porque ellos llevaron al poder a quien no estaba listo para hacerlo, conforme lo ha comprobado el pueblo ecuatoriano. Quiero decir que si ellos propusieron y auspiciaron a un candidato, y pidieron a los demás ciudadanos que votaran por él, no pueden querer ahora que se lo defenestre sin una rigurosa observancia de la norma constitucional, porque precisamente lo que nos tiene perdidos es la inseguridad jurídica que comenzó con la salida de Bucaram y siguió con otras violaciones legales hasta terminar con la entronización del dólar, medida necesaria, pero que se mantiene increíblemente como acción de facto, pues la Constitución sigue diciendo que la emisión de moneda con poder liberatorio  ilimitado es atribución exclusiva del Banco Central y que la unidad monetaria es el sucre.
Regresando al primer análisis, el problema principal del país es la falta de empleo y la ausencia de nuevas fuentes de trabajo, por encima de otros temas  que, aunque muy graves, no tienen el impacto que ocasiona en la población no tener cómo ganarse la vida para seguir subsistiendo. El Presidente del BID, al comentar el aumento de la pobreza en América Latina, acertadamente dice que no hay cosa más dramática que alguien quiera trabajar y no pueda, o que haya estudiado y no encuentre qué hacer.

¿No habrá en el 2004 huelga de profesores o de trabajadores de la Salud? ¿Terminará el nepotismo? ¿Seguirá marginada la producción? ¿Habrá más posibilidades de ganar dinero con un trabajo honrado? Si las cosas siguen como hasta ahora, las respuestas son negativas, pero tengamos la esperanza de que pueda haber cambios y que Dios ayude al Ecuador.