Supongo que a piel limpia, agua del Jordán, a hombre sencillamente. En días calurosos transpiraba pues lo hacemos todos. A veces busco a Dios con los cinco sentidos. Olfateo apasionadamente como lo hacen los perros mil veces mejor que nosotros.

Me llevaron a una casucha perdida en La Florida. Las tablas del piso se movían cuando uno las pisaba. En la cama se hallaba Lucha: huesos, pellejo, párpados mortificados por unas moscas, piel oscura, insistente olor a iglesia desolada, muerte, cirios. Acaricié el rostro. Se abrieron los ojos, pozos insondables en los que vi ausencia. Labios hinchados de tanto rezar. Jesús huele a Lucha. Cuando murió Víctor Villacís, condecorado con aquel tumor de boca escarlata, tuve la misma sensación. Aquellos olores engrudan el alma, acechan mientras intentamos conciliar el sueño. No se oye el  Réquiem de Mozart sino un merengue vomitado por altavoces a cuadras de distancia. Jesús huele a Víctor. No creo que sea tan acertado hablar de rosas, aromas místicas que llevan al éxtasis. Tampoco pienso que el incienso sea rima perfecta para quienes buscan a Dios en opulentas iglesias.

Ciertas personas llevan en su ropa algo del estero, exhalaciones de fogón, pan esporádico que sueña con ser cotidiano. Jesús huele a manglar, a cruces anónimas chamuscadas por la pena, astillas bajo las uñas, soledad solidaria. Cuando Marielisa hizo en Solca su primera comunión, se juntaron muchos enfermos de cáncer. Marielisa cantó con ellos porque comparte el mismo mal. Llegó a mi programa de Ecuavisa hace 25 años. La metieron en el quirófano, en el 77. La esperé en terapia intensiva. Ignoraba que lidiaría luego con el cáncer. Las damas del voluntariado lucieron aquella sonrisa que les sirve de uniforme. La capilla olía a piedad, a ternura púdica, a dolor que se ofrenda, a dulzura derramada, a Jesús en fin. Un cura barbón de verbo fervoroso compartió la misa como se divide el pan. Derramó aquella compasión que llega sin jamás humillar.

En Galilea no existía Gucci. Los apóstoles olían a pesca, a Tiberíades; soñaban con caminar sobre las aguas, hablar mil idiomas, curar todos los males. Anduvieron entre publicanos, samaritanos, gente que buscaba el norte en pleno desierto. Jesús olió a mar abierto, puerto abrigado, pesca milagrosa, panes multiplicados. María Magdalena besó sus pies, los bañó con lágrimas, derramó perfumes caros, miradas desquiciadas. Jesús olió a perdón, misericordia, humanidad simplemente.

Cuando visito salas de emergencia veo llagas indecibles de las que sale la vida a borbotones. En la cruz, Jesús olió a dolor mientras gritaban espinas y clavos. En Caná liberó los efluvios del vino que convertiría luego en su propia sangre. Por ello lo rastreo cuando recorro Getsemaní, allá por el estero. Niños de mirada clara nadan en aguas putrefactas. Belén o Trinitaria: el tiempo no existe. El purgatorio es un lugar de rebelión donde nos convertimos en lo que realmente somos. Jesús no huele a cielo sino a barro amorosamente amasado con vino, sangre, sudor. Si no viene con amor, la fe no me gusta nada. Quien no sabe eso anda extraviado.