Msc. Rafael Montalván Barerra
Especialista en lengua y literatura

Todos sabemos de los beneficios de la lectura. Últimos avances en neurociencia revelan que -inclusive- a nivel fisiológico, leer es una actividad provechosa en grado cognitivo. Son tres las áreas del cerebro que intervienen en el proceso de leer y en la comprensión de lo que leemos: el área de Broca, en el lóbulo frontal, controla nuestra capacidad de hablar y se activa siempre que leemos, ya sea en silencio o en voz alta, transforma las palabras en un código auditivo, de ahí que, al leer, tengamos la sensación de escuchar nuestra propia voz.

Por lo expuesto, hago mucho énfasis con mis alumnos a la hora de leer poesía en voz alta, en especial para detectar la ubicación de los recursos fónicos en el discurso lírico, aquello que hace sonar al poema para otorgarle la emoción auditiva de la aliteración, de los acentos, de las paronomasias, de los ritmos,… Gracias a los intensificadores sonoros podemos oír y escuchar lo que nos propone la voz poética en ‘Los heraldos negros’, por ejemplo, y penetrar con decoro en el universo de César Vallejo.

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Pero además apelo a la memoria sensorial de los estudiantes, pidiéndoles reconocer las imágenes de los sentidos (olfativa, visual, gustativa, táctil y auditiva) y de las sinestesias presentes en el discurso poético.

Los científicos dicen que nuestro cerebro responde sin diferenciar entre realidad y ficción: ¿Lo habrá sabido Neruda?

La poesía activa sectores relacionados con percepción y música, algo que no sucede con la prosa. Los alumnos son renuentes al análisis minucioso del género lírico, pero disfrutan cuando el poema ‘suena’. El profesor debe estar en capacidad de recitar con emoción en voz alta un poema en el aula. (O)