Faltan 48 horas para que termine el 2025. Este año el diálogo político fue esquivo. Aunque cuando se inició el nuevo mandato de Daniel Noboa, en mayo, el panorama en este sentido era halagüeño: se aprobaron leyes urgentes, hubo conversaciones y discursos de cambio, pero a medida que pasaron los meses aquello se fue diluyendo y hoy las distancias y la polarización son enormes. Con crisis sociales y de seguridad es imprescindible un giro, pero la pregunta es quién lo convoca.
El 2026 es año preelectoral, que los políticos piensan con intereses partidistas más que en el país. Sin embargo, la academia, los gremios productivos, sociales o laborales y la sociedad organizada pueden impulsar el diálogo planteando temática puntual para que este no se desdibuje.
En ese punto del camino el compromiso de los líderes políticos que toman las decisiones es clave, pero sobre todo la exigencia de la ciudadanía. Mirar al 2026 sin una reflexión seria sobre el diálogo político sería una irresponsabilidad histórica.
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Mientras algunos pueden pensar en las próximas elecciones, la población reclama poner freno a las muertes violentas, a las extorsiones, secuestros y robos. A la fractura de las instituciones que abona a la desconfianza.
No es una foto protocolaria la que se sugiere sino una verdadera intención de debate público, de propuestas, de aceptar la diferencia de visiones, pero buscar coincidencias y soluciones.
La cercanía del inicio de año es una oportunidad para que Gobierno, oposición y movimientos sociales reflexionen en que una distancia irracional solo acumula por más tiempo problemas que ya son estructurales. La conversación, los acuerdos, no son muestras de debilidad.
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El análisis de la ciudadanía en cada actuación política pesará al momento de votar en 2027, aquello deben considerarlos los que creen que en año electoral se hacen bien con la confrontación. Es en el Ecuador y su progreso donde deben estar las prioridades. Sin acuerdos las crisis seguirán cobrando un precio muy alto. (O)
