La democracia ecuatoriana está a punto de ser pisoteada una vez más con la destitución inconstitucional e ilegal de un presidente elegido en las urnas. Sería la cuarta defenestración en menos de tres décadas.

El país nada ganó con la ruptura del orden constitucional en tres ocasiones anteriores. Los indígenas, los trabajadores y los desempleados no mejoraron su nivel de vida. Los empresarios grandes y pequeños no tuvieron mejores oportunidades para invertir. El país no consiguió mejor educación, mejor salud ni mejor seguridad ante el crimen organizado. Lo único que se logró fue dividirnos más entre ecuatorianos aun sabiendo que el odio no sirve para construir y el resentimiento no ayuda a progresar.

‘El único camino es resurgir’

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El presidente Guillermo Lasso ha tenido errores y aciertos, como todos los gobiernos, y este Diario los ha destacado puntualmente. Pero la democracia no es un sistema que sancione los errores de los gobernantes defenestrándolos, porque ese remedio sería muchísimo peor que la enfermedad y porque la democracia nos ofrece una herramienta mucho más efectiva para rectificar el rumbo de los gobernantes: el voto en las urnas.

La destitución del presidente se verá gravemente empañada por la forma errática y tormentosa con que se la preparó. Los asambleístas cambiaron cuatro o cinco veces el motivo por el que supuestamente se justificaba la destitución, y aun hoy ni ellos mismos parecen tener claro cuál sería la razón principal. Luego indujeron a error a la Corte Constitucional, mencionando unas pruebas que nunca existieron. Los asambleístas tampoco respetaron los límites que la Corte impuso para el desarrollo del juicio.

¿Qué se gana con el juicio político a Lasso?

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Si volvemos a destituir a un presidente ilegalmente no tendremos un gobierno constitucional sino de facto, ampliamente cuestionado. La imagen de la sociedad ecuatoriana ante el concierto civilizado de naciones se deteriorará y volveremos a ser calificados de “banana republic”. Y la crisis económica lejos de convalecer se degradará a un nivel difícil de prever.

El país tiene la sensación de que el resultado del juicio no dependerá de la evidencia de pruebas. Si la destitución se produce quizás quede todavía el camino de que la Corte Constitucional cumpla con su obligación de hacer honrar el Estado de derecho. Pero hay escepticismo, porque no parece que sean la verdad ni la justicia ni los más altos intereses de la nación los que iluminarán el camino, sino el interés egoísta de algunos líderes y el reparto de cuotas de poder entre bloques parlamentarios. Sobre cimientos así no se puede construir una democracia sólida; sería lo mismo que construir una casa sobre un lodazal.

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Incertidumbre social, económica y política, un panorama que históricamente se ha repetido en Ecuador luego de la “caída” de un presidente

Eso no es el legado al que aspiramos para nuestros hijos y para las futuras generaciones. Reflexionemos, pues, y unamos nuestros esfuerzos para que impere la razón y se retome el cauce democrático, antes de que sea demasiado tarde. (O)