Sí, lo sé. Estoy consciente, amables lectores, de que el título de este artículo es una invitación al amargo recuerdo de tantos politiqueros que nos vendieron su paso por el poder, o la promesa de su paso por el poder, como una oportunidad de cambiar todo lo malo que vivimos y traer paz y prosperidad a nuestros hogares. Sin embargo, en esta ocasión les prometo que no habrá demagogia ni mentiras, sino, únicamente, planteamientos reales y posibles.

He seguido con atención todo lo que se dice respecto de la consulta popular ad portas, en la que se votará si debemos o no elegir una asamblea nacional constituyente para redactar una nueva carta política para el Ecuador. Desde el cinismo de un expresidente que clama por democracia cuando él se encargó de pisotearla durante la década que gobernó, hasta unos cuantos sinvergüenzas que repiten el trillado libreto de que la nueva constitución será la solución a todos los males de la patria y otros, que ya calculan el apoyo al sí, más que por convicción, para no quedarse fuera de juego, como se diría en términos futbolísticos.

Y de pronto, un destello de luz en medio de la oscuridad: el presidente Noboa declara que el IESS debería dejar de ser prestador de servicios de salud y únicamente enfocarse en la eficiente administración de los fondos que recibe de sus afiliados, para poder cubrir las prestaciones que justifican los aportes. ¡De acuerdo!

Y entonces pienso: ¿Y si en verdad, esta vez, lo refundamos?

¿Y si en esta ocasión, los políticos que lleguen a la asamblea constituyente, de verdad, piensan en el país?

¿Y si en esa ocasión, a diferencia de las asambleas de 1998 y 2008, hacemos bien la tarea?

¿Y si en realidad diseñamos una constitución que privilegie al ser humano por encima de las ideologías y doctrinas izquierdosas fracasadas?

¿Y si en esta ocasión entendemos que las grandes inversiones en recursos naturales e infraestructura deben venir del sector privado, que no vendrán si no les damos seguridad jurídica y capacidad de recuperar su inversión a través de procesos estandarizados en el mundo?

¿Y si en esta ocasión nos definimos como lo que somos y no como nos quisieron definir para alimentar egos y cumplir con cierta dirigencia incendiaria que sirvió de barra brava para tomarse a palos la institucionalidad del país?

Es decir, como una nación pluricultural y no como un Estado plurinacional, con todas las distorsiones que ello ha generado.

¿Y si esta vez nos reconocemos unidos en la diversidad?

Serranos, costeños, amazónicos e insulares, formando un gran Estado federal, o mediante el reconocimiento de regiones o comunidades autónomas, que manejen sus propios recursos y sus principales competencias, compartiendo, eso sí, tributos nacionales, fuerzas armadas y representación internacional.

¿Y si esta vez le damos el golpe de gracia al maldito centralismo que lo controla todo, a través de la perversa Cuenta Única del Tesoro?

¿Y si esta vez “Nace una flor…”, citando al maestro Charly García, y despertamos al inconsciente colectivo que habita entre nosotros? (O)