El riesgo de acostumbrarse a una situación u otra está siempre presente. El concepto de resiliencia propone la necesidad de adaptarse para sobrevivir. Esa postura es legítima, no obstante, la humanidad en general y nosotros como país, no podemos ni debemos acostumbrarnos a realidades de deterioro y de franca decadencia.
Utilizo la palabra riesgo, porque esa es la posibilidad negativa de asumir ciertas realidades sociales o ambientales como si fuesen fatales y frente a las cuales lo que corresponde es adaptarse. Es posible, en cierta medida, que esa sea la situación emocional actual de los ecuatorianos frente a la inseguridad y al delito que campean en el territorio nacional. Por esas circunstancias cada vez somos más precavidos y cuidadosos en los pasos que damos en la cotidianidad, protegiéndonos en la medida de lo posible de la delincuencia y del horror que representa su presencia entre nosotros.
Seguridad privada, muros altos en domicilios y cercas de seguridad eléctricas, alarmas, cámaras, grupos de vecinos unidos para apoyarse frente al flagelo y, como resultado de todas esas acciones inevitables, el miedo se ha instaurado socialmente y ya forma parte de nuestra visión del mundo.
Adaptarse a ese estado de cosas sería una claudicación definitiva frente a las normas constitucionales y legales que tristemente se han transformado en meras proclamas, porque en la realidad carecen de eficacia, que es una de las características esenciales de lo jurídico.
El derecho, entre nosotros, es más doctrina que otra cosa. Se ha vuelto una suerte de exposición de objetivos y deseos. Las características tradicionales de la norma jurídica: generalidad, imperatividad, bilateralidad y coercibilidad, no representan a nuestro sistema legal.
En una nota de Diario EL UNIVERSO, del 11 de diciembre de 2025, se da a conocer que el Ecuador ha escalado 36 posiciones y se ubica entre los 6 países más peligrosos del planeta, según el informe anual de Acled. Ese es un dato terrible. Seguramente asumido con amargo fatalismo por la opinión pública, porque somos resilientes a esa situación que la vivimos en carne propia. En este caso, la adaptación es inaceptable y debemos hacer lo necesario, para que colectivamente y desde la gestión de lo público podamos superar la tragedia.
La inseguridad ciudadana es uno de los grandes temas no resueltos. Caemos en picada en este indicador, lo que demuestra que debemos hacer mucho más y de diferente manera, pues la acción militar y policial es insuficiente, pese a que todos los días nos enteramos de aprehensiones de criminales. Es como si el universo de delincuentes fuese inagotable, porque el delito no se detiene y ellos son tantos y se multiplican de tal manera que vencerlos se asemeja a una inalcanzable utopía.
También la salud es otro frente social en decadencia, así como la educación. Toda acción de ejercicio del poder político debería concentrarse con efectividad en esos grandes temas. Lo otro es devaneo, claro, para la mayoría de ecuatorianos, pues hay quienes consideran que la acción diplomática para atraer inversiones y negocios lucrativos para las partes involucradas, es suficiente. (O)










