La concentración naval estadounidense frente a las costas venezolanas da cuenta de una política que va más allá del combate al narcotráfico. Es evidente que esas armas insinúan una operación militar que tiene propósitos estratégicos. Tres escenarios para las políticas exteriores de la región podrían conjeturarse ante la incertidumbre que genera la opacidad de Washington.

El primero de ellos es que se produce un ataque militar de proporciones. Una invasión terrestre está descartada por el tipo de equipo y número de tropas movilizados. Frente a ello es muy difícil una reacción unitaria latinoamericana. Incluso los países limítrofes de Venezuela tendrían respuestas diferentes. Brasil y Colombia rechazarían la operación, pero sin capacidad alguna de sancionar a EE. UU. o de defender al Gobierno de Caracas, mientras que Guyana y Trinidad y Tobago, que tienen malas relaciones con Maduro, optarían por la abstención o el respaldo. Las reacciones en el resto del hemisferio serían igualmente distintas, y los organismos regionales revelarían los disensos. La OEA tendría dificultades en pronunciarse y la Celac, que requiere unanimidad, no podría hacerlo. Esta opción, sin embargo, no garantiza a los EE. UU. alcanzar sus objetivos. Un escenario posterior parecido al caos de Irak es posible; pero no solo eso, una operación militar unilateral enajenaría a Washington de la región y en el mediano plazo sería contraproducente. Desconfianza y hostilidad a largo plazo serían la consecuencia.

Un segundo escenario sería la aquiescencia del gobierno de Caracas a las demandas de Washington que podrían resumirse en facilitar el acceso a los recursos naturales a operadores estadounidenses, alejarse de las influencias china y rusa, y empezar un proceso de transición política que termine con la hegemonía del gobierno del Partido Socialista Unido de Venezuela, para abrir la posibilidad de un gobierno cercano a los Estados Unidos. Esta opción es complicada. El objeto central de la política gubernamental venezolana desde los últimos días de Chávez ha sido la sobrevivencia y estabilidad del régimen. Seis procesos de negociación con mediadores internacionales han fracasado y el propio Vaticano se ha retirado frustrado de su participación. La rendición política del régimen no es una opción probable. Es el objeto mismo de su existencia. Sin embargo, como en el pasado, si esta remota posibilidad se produjera, probablemente una gran mayoría de gobiernos de América Latina y sus organismos multilaterales la respaldaría.

Un escenario intermedio ha sido insinuado por alguna prensa internacional. Este, bajo presión armada, consistiría en que Venezuela genere facilidades privilegiadas para el acceso de compañías estadounidenses a la explotación de los bienes energéticos y garantice inversiones financieras; también implicaría producir cambios en la conducción política del país, sin reemplazar al gobierno, y empezar nuevamente la rutina de negociaciones con la oposición. Las relaciones internacionales de Venezuela no entrarían a la discusión en esta posibilidad. EE.UU. recuperaría su presencia económica y ganaría influencia determinante, el régimen sostendría su estabilidad y las presencias extrarregionales no serían directamente afectadas. América Latina, otra vez, dejaría su protagonismo para una próxima ocasión. (O)