Franklin D. Roosevelt, en su discurso inaugural como presidente de EE. UU. en 1933, dijo: “Lo único a lo que debemos temer es al miedo mismo —miedo sin nombre, irracional y sin justificación— que paraliza los esfuerzos necesarios para convertir el retroceso en progreso”. Como todo buen líder, en medio de una crisis como la Gran Depresión, supo dar esperanza a su pueblo para enfrentar los problemas sociales y económicos de la época.

He aprendido a enfrentar el miedo desde mi infancia, observando a mi hermano Carlos —que en paz descanse—. A pesar de la discapacidad que le dejó la polio desde pequeño, se burló del miedo con su inteligencia, humor y actitud positiva ante la vida. Para él, nada era imposible.

Mi experiencia como ejecutivo y empresario también me ha enseñado a perder el miedo a tomar decisiones. Y aunque he cometido errores, siempre he rendido cuentas tanto a los afectados como a Dios. Agradezco especialmente a mi esposa, una guerrera, que me apoyó en todas mis aventuras empresariales, especialmente cuando en 1991 abrimos mercado para el café ecuatoriano en Rusia, y más adelante en la producción y exportación de rosas. Sin su apoyo muchas cosas no hubieran sido posibles.

He tenido la suerte de contar con cuatro mentores fundamentales que me inspiraron a dar lo mejor de mí: mi padre, mi hermano, mi suegro y el alcalde Jaime Nebot. Sobre los tres primeros podría escribir un libro. Y sobre Nebot, quiero agradecerle por sus lecciones de liderazgo, su capacidad de análisis, su firmeza, integridad y, sobre todo, por algo que pocos líderes entregan: el empoderamiento. Confiaba en sus subalternos para tomar decisiones difíciles, sin miedo, sabiendo que contábamos con su respaldo.

Muchos sabrán que el miedo se vence con preparación, experiencia, análisis, buena asesoría y, sobre todo, teniendo un propósito. Como lo escribió Viktor Frankl en El hombre en busca de sentido, incluso en las condiciones más extremas del sufrimiento humano, tener un propósito claro permite resistir.

La vida en los negocios y el trabajo suele ser dura para la mayoría, pero se vuelve más difícil si dejamos que el miedo decida por nosotros. Hoy el país atraviesa una tormenta por la eliminación del subsidio al diésel. Tenemos un presidente valiente, que no teme asumir las consecuencias de sus decisiones, pero como buen líder debe explicar al pueblo cómo justifica lo decidido y cómo se usarán los recursos ahorrados: en salud, seguridad social, contra el crimen y generación de energía.

Un verdadero líder debe ser transparente, creíble y coherente entre lo que dice y hace. Así lo demostramos cuando convertimos la terminal terrestre de Guayaquil en la mejor de América del Sur, recuperando el 100 % de la inversión. Vencimos el miedo y, como dijo Nebot, pasamos de la vergüenza y el suplicio al orgullo y al servicio demostrando que se puede administrar la cosa pública honestamente.

Ni un paso atrás, señor presidente, el pueblo lo respaldará cuando explique sus motivaciones y la conveniencia económico-social de haber eliminado el subsidio. (O)