El 9 de julio de esta semana se cumplió un centenario desde la mal llamada Revolución juliana de 1925. El relato predominante nos habla de una gesta en la que unos valientes militares se unieron a unos empresarios patriotas en Quito para dar un golpe contra el gobierno de Gonzalo Córdova y la “oligarquía” de los banqueros guayaquileños que supuestamente se habían adueñado del país.

Pero lo que oculta el relato de la corriente dominante es sumamente ilustrador. Gracias al incansable trabajo del historiador Guillermo Arosemena, hoy tenemos constancia de que lejos de ser una revolución, el 9 de julio de 1925 fue un episodio de revancha personal.

La juliana

Explica Arosemena que la banca en Ecuador nació condicionada por el poder político. Gabriel García Moreno autorizó en la década de 1860 la creación de los primeros bancos con la condición expresa de que le prestaran al gobierno. Esa “relación fatal entre gobierno e instituciones financieras” se mantuvo durante más de seis décadas e involucró a 21 presidentes. Fueron los políticos quienes reiteradas veces presionaron a los bancos a realizar emisiones sin respaldo para atender al fisco. Esto incluye aquella vez que el dictador Ignacio Vintimilla envió a militares a tomarse el Banco del Ecuador en 1883 luego que su gerente se negara a prestarle al régimen.

Luego de décadas de abuso por parte de esa alianza malsana y ante la expectativa de reducir las tasas de interés y la inflación, Ecuador adoptó el Patrón Oro en 1898. Según Marco Naranjo, durante el periodo que rigió este sistema entre 1898 y 1914: “la economía empezó a tener una marcada relación con los mercados extranjeros. La estructura económica… evolucionó hacia la modernización y la competitividad, sobre todo en el Litoral (Costa)… pues, de esta provenían la mayoría de las exportaciones”. Naranjo agrega: “… Ecuador vivió una época de progreso económico y material importante, a tal punto que la tasa de crecimiento promedio anual fue superior al 5 % y la del ingreso per cápita se acercó al 2,5 %”.

Ecuador geoestratégico

Pero volviendo a la supuesta Revolución juliana y por qué más bien se trató de una revancha de un banquero contra otro: Francisco Urbina Jado, del Banco Comercial y Agrícola, había logrado el favor de los consumidores mediante el manejo responsable de su banco, a pesar de la irresponsable e incesante presión de los gobiernos para que emita con abandono y financie al fisco. Al ver la estabilidad del sistema financiero amenazada por la intención que tenía otro banquero —Luis Napoleón Dillon, de la Sociedad de Crédito Internacional— de emitir billetes sin respaldo, Urbina Jado advirtió al presidente Córdoba, quien luego impidió que Dillon lograra su cometido. Acto seguido, Dillon persuadió a unos jóvenes militares, quienes dieron un golpe contra Córdoba.

Al final de la historia, no se acabó con el reinado de los bancos en la Costa, solo con un próspero negocio, un banco que según su propio liquidador no debió desaparecer. Urbina Jado fue encarcelado, murió pocos años después en Chile y ha sido prácticamente olvidado. Dillon pasó a ser ministro de Finanzas de la Junta Militar que dio el golpe. Curiosidades reveladoras acerca de los relatos que nos cuentan los historiadores al servicio de la idolatría del Estado. (O)