La Navidad, aunque detractores de la civilización occidental judeocristiana traten de desvirtuarla, es la celebración del nacimiento de Jesucristo, y trae consigo un profundo mensaje de paz, de transparencia, de luz, de amor y de perdón.
En estas navidades, en que todos deseamos ver con la luz de la verdad, iluminarnos con la estrella de Belén, que llevó y guio al mundo hacia su redentor, el Ecuador camina en opacidad y falta de transparencia, y, una vez más, esto surge de la función del Estado que se estableció para supuestamente darle transparencia al funcionamiento del Estado, y a las más importantes designaciones que se hacen dentro de las entidades que deben ser autónomas en el funcionamiento de nuestro país.
Una vez más, acusaciones; una vez más, denuncias de interferencias en la justicia, alegaciones de supuestas vinculaciones impensables entre altísimos funcionarios del país y miembros de la delincuencia organizada.
Pero estas denuncias son una parte de la historia. Los procesos para elegir fiscal general de la nación han sido infructuosos. No se ha podido lograr un nombramiento que haga pensar al país que esa crucial entidad va a ir por un camino de independencia y objetividad. Serios cuestionamientos también sobre procesos de nombramiento de los miembros de la Corte Constitucional. No hay cosa en la cual la función de “transparencia” actúe a través del CPCCS que no genere sospechas, que no produzca denuncias y que no deje ver con claridad meridiana la existencia de una opacidad tenebrosa.
El Ecuador, de estas navidades, no ha visto luz. Ha visto opacidad y obscuridad, una vez más, generada por esa función del Estado.
Las navidades sirven también para hacer propósitos, para comprometerse a cambiar, a mejorar, para emprender en cambios que el ser humano busca para elevar su espíritu, para fortalecer sus valores.
Deberíamos los ecuatorianos hacer el propósito de ponernos de acuerdo en algo básico: la eliminación del CPCCS y la extinción y sepultura de esta “función del Estado” inventada, que no está presente en ninguna democracia sólida e institucional de occidente, y que nos fue impuesta en una constitución cargada de pecados y debilidades.
Las constituciones deben obedecer no a la voluntad e ideas de tal o cual líder, sino más bien a un consenso de todos los sectores de la sociedad. Es un “contrato social”, es un verdadero pacto, que debe recoger en el mayor grado posible lo que la mayoría de una sociedad piensa como adecuado para organizarse y funcionar.
Si para estas fechas la sociedad ecuatoriana no puede ponerse de acuerdo sobre este tema, que clama al cielo por ser resuelto, entonces será mucho más difícil ponerse de acuerdo sobre otros temas urgentes e importantísimos, que siguen en el tintero, sin resolución y sin visos de ser tratados por sectores políticos del país.
Al expresar a los bondadosos lectores de esta columna mis mejores deseos de unas pascuas de navidades llenas de ventura y un año 2026 muy próspero, pido al cielo con fe que nos haga entender a todos que ese CPCCS debe desaparecer o hará desaparecer a la república. (O)











