Eso es lo que necesitará el presidente que elijamos este año. ¿Qué es humildad? En latín significaba “hacerse tierra”, pero aquí la uso en el primero de los sentidos que le otorga la Real Academia: “el conocimiento de las propias limitaciones y debilidades y el obrar de acuerdo con este conocimiento”. También registra los significados de bajeza, sumisión y rendimiento que se ajustan más a la variante “humillación”, un acto denigrante. Los ecuatorianos, con la crisis de identidad y de amor propio que siempre hemos tenido, practicamos poco la virtud de la humildad, pero somos dados a humillarnos, a rebajarnos, a arrastrarnos, baste con recordar el triste episodio de las “sumisas” y lo exiguo que se veía nuestro autoritario ante el emperador Xi que le imponía durísimas condiciones. Esta patente debilidad tiene como contracara forzosa la del no sabes quién soy yo, de los quitarán-di’ái, de los palos gruesos, cada ecuatoriano tiene su pretexto para que los humos se le suban fácilmente a la tapa de los sesos y olvidar su insignificancia. No reconocemos que aquí logros a nivel mundial solo tienen un puñado de deportistas y nadie sabe quiénes somos.
La soberbia es consustancial con el poder, pasión enceguecedora, que nubla la inteligencia y los sentidos. Seguramente es un rasgo evolutivo mediante el cual la naturaleza previene el dominio indefinido de individuos y de estirpes, para abrir la posibilidad de perfeccionamiento mediante selección. Lo cierto es que a medida que se acumula poder, el discernimiento y la sensatez se evaporan en la misma proporción. La inteligencia de por sí no es vacuna contra esta peste, porque siendo en sí misma un poder, tiene un contrapeso narcisista que la limita. Esto no es un ejercicio teórico, lo hemos visto repetidamente con los últimos presidentes ecuatorianos, la mayor parte de sus errores han provenido de su soberbia. De allí viene su incapacidad de estructurar equipos eficaces fuera de su círculo íntimo. El mismo origen tiene su sordera ante las voces que les han advertido contra medidas desatinadas. Y también ocasiona la ceguera ante los problemas medulares del país, por distraerse en medidas demagógicas y en manifestaciones populistas que alimenten el hueco negro de sus egos.
Alguien ha sugerido que los candidatos, al inscribir sus postulaciones, presenten el listado de ministros que los acompañarán en los meses iniciales. Nada daría una idea tan clara del tipo de país que intenta construir el aspirante, pero también sabríamos si se trata de alguien que quiere abrirse a los mejores gestores o que vive envuelto en una camarilla de áulicos. No siendo esto posible, fijémonos durante el proceso electoral en quiénes demuestran ser las personas más dialogantes, más abiertas a sugerencias y cuyo equipo no está conformado por aduladores. Es posible vislumbrar estas características, pero la verdad es que el diagnóstico exacto es difícil. Entonces, solo queda esperar que, al nuevo mandatario, las divinidades le concedan el don de la humildad por toneladas, para que reconozca sus debilidades y errores, y busque enmendarlos. La humildad no es una destreza académica, sino una actitud ética, patrimonio de los sabios. (O)