En Guayaquil, cerca de 200 personas se tomaron la céntrica calle Panamá y se pusieron a bailar en la noche. La alegría y el ritmo desplazaron el miedo. La algarabía y la esperanza brillaban tanto como las luces. Al retirarse, la basura quedó en contenedores. Las calles limpias.
Esta semana de viernes negro –vaya nombre para un país con días oscuros– nos recuerda que necesitamos otra alegría, la que no depende de la carrera por comprar sino de la posibilidad de encontrarnos.
Porque como país estamos exhaustos. Tras la votación del sí y del no quedamos como dos ejércitos inmóviles en medio del campo, sin avanzar ni retroceder. Esperando un mínimo gesto de comprensión del momento que vivimos por parte del presidente. Mirándonos, sin fuerzas para otro combate y sin serenidad para retirarnos.
En esa tregua sin acuerdos, con algunas escaramuzas internas que anuncian más derrumbes, se acerca la Navidad como una pausa largamente esperada. No una pausa para consumir, sino para construir. Recordando que ningún país se salva a sí mismo desde la rabia o la desconfianza, sino desde un empuje colectivo mínimo.
Quien camina por Guayaquil encuentra señales de sus propias batallas. Hay rutas para la droga que nadie nombra pero todos conocen, caminos del miedo, calles que ya no se pueden cruzar, barrios donde no entran buses ni taxis, esquinas tomadas por ladrones, autos que buscan víctimas en horas clave. Jóvenes mujeres atrapadas en la prostitución, mercados de objetos robados extendidos en veredas céntricas, casas y parques enrejados, miradas desconfiadas ocultas tras gafas reflectivas para ver sin ser visto… El cuerpo de las mujeres convertido en escondite de bienes preciados; los pantalones varoniles o las botas con múltiples refugios, como si fueran ciudadelas blindadas.
Desde la política se invita a recordar el pacto de la Moncloa en España, “donde los principales partidos, sindicatos y otros actores arriaron sus banderas y el 25 de octubre de 1977 firmaron el pacto de la Moncloa”, escribe Alberto Molina. Ese acuerdo sacó a España del marasmo y la reintegró a Europa. En Chile, la Mesa de Concertación de Partidos por la Democracia superó la era Pinochet. Mandela y de Klerk evitaron una guerra civil en Sudáfrica. Son realidades diferentes, pero los detonantes semejantes: corrupción, pobreza, muerte, exclusión. En nuestro caso, además, narcotráfico y mafias. Se requiere lucidez política para ver el conjunto y no solo la propia parcela.
Pero también hay barrios que se organizan con redes de alerta colectiva, comerciantes que se cuidan unos a otros.
La sociedad civil empieza a construir territorios libres desde sus propios espacios, no solo físicos sino también emocionales: pequeños enclaves de psicología social donde la confianza vuelve a ser posible, donde lo humano se reordena y el otro deja de ser amenaza para volver a ser prójimo.
A diferencia de la Cárcel del Encuentro, donde no se puede entrar, se trata de generar lugares donde cualquiera pueda hacerlo sin temor. Pequeñas conquistas de territorios libres para sentarse, jugar, conversar; mercados definidos por vínculos, no por fuerzas armadas.
Las propuestas, múltiples y diversas, comienzan a ponerse en marcha. Curiosamente, el no que es negación pone en movimiento el sí de la organización y la movilización. (O)