Tuve por primera vez un ejemplar de EL UNIVERSO en mis manos al inicio de mi adolescencia, en casa de Marcos, mi querido amigo guayaquileño y compañero de La Salle, cuya familia había “migrado” a Quito por el trabajo de su papá. Puse las comillas porque en ese tiempo yo no conocía Guayaquil, y lo guayaquileño me resultaba “extranjero y exótico”. Era un periódico diferente a El Comercio con el que yo estaba familiarizado, con otras tiras cómicas, incluyendo el humor de Los Melaza y las caricaturas de Juan Pueblo, donde se anunciaban películas que tres meses después venían a Quito, con secciones extrañas como una serie dominical norteamericana sobre crímenes famosos, y en el que las noticias relataban acontecimientos que parecían ocurrir en “otro país”. Hoy asumo que mi sensación de “lo extranjero” daba cuenta no solamente de mi joven y limitada existencia hasta entonces, sino de un país regionalizado y regionalista, dividido entre “monos y serranos”, donde campeaba el rechazo de lo diferente y la ignorancia acerca del otro. Más de medio siglo después, me pregunto cuánto de ello ha cambiado en el Ecuador… y en mi propia persona.

Hoy en día, gracias a la tecnología y al desarrollo de la comunicación y sus medios, nos conectamos al instante y aparentemente nos conocemos mejor. Pero no estamos más integrados como país y no hemos construido un consistente y productivo sentimiento de nacionalidad. A la vieja división entre “monos y serranos” ahora se añade la reivindicación de los postergados pueblos indígenas y amazónicos, y las demandas de nuestra población insular. Es decir, más interconectados pero tan fragmentados como siempre. Aunque los ecuatorianos hablamos lenguas diferentes, los castellanohablantes criollos sufrimos una babel de la comunicación. El reflejo tragicómico de todo ello lo constituye la existencia de 280 partidos y movimientos políticos en un país de este tamañito. Nuestra esquizofrenia política es inseparable de nuestra atomización nacional. Así, ¿qué proyecto de país es posible? ¿Puede, nuestra prensa, ocuparse de ello? ¿Para qué la comunicación?

Sin ser el único medio que ha trabajado en ello, y pese al aforismo lacaniano, desde hace cien años el diario EL UNIVERSO ha asumido la convicción de que la comunicación es necesaria y, por tanto, posible, para establecer vínculos desde lo regional hacia lo nacional, y allende nuestras fronteras. El hecho de que sea una empresa familiar constituye, en este caso, uno de los pilares que sostienen su función, porque se asienta en una tradición y en una mística de buen periodismo, de servicio a la comunidad y al país, de interrogación al poder de turno, incluyendo al tirano ocasional, de investigación y de privilegio a la cultura ecuatoriana, de promoción del debate argumentado, de acogida a la diversidad y de respeto a la opinión diferente. Es un honor y una responsabilidad escribir en estas páginas, donde jamás se me ha sugerido un tema ni se me ha impuesto una idea, como suponen los malpensados, ignorantes de la ética que mantiene este diario desde su origen. Felicitaciones a EL UNIVERSO en su primer centenario y que cumpla cien más. (O)