Lenta pero inexorablemente, en el Ecuador se instaura un estado de sitio inconstitucional impuesto por las transnacionales del crimen organizado que se van apropiando de nuestro territorio, de nuestras instituciones y de nuestras vidas. Si el plan de vacunación ha sido un éxito, y las cifras de la macroeconomía sugieren una ligera reversión de la caída libre que antes teníamos, la inseguridad ha crecido de manera exponencial en los últimos años en nuestro país. Las muertes selectivas (eufemismo por “sicariatos”) son una realidad cotidiana que ya no llama la atención: se han vuelto tan ordinarias como los accidentes de tránsito. Pero el infame asesinato de Jaime Villagómez y la mortal incursión de unos pistoleros en esa hostería de Achilube hace dos semanas sugieren que, actualmente, no todas esas muertes son selectivas.

Las muertes selectivas (eufemismo por “sicariatos”) son una realidad cotidiana que ya no llama la atención...

Estamos ante nuevos recursos para establecer el terror en el Ecuador: las explosiones de automóviles y los asesinatos al azar crean un clima de zozobra que inhibe las actividades de las personas, arruina los negocios legítimos, nos mantiene encerrados y propone, a cambio, el establecimiento de las narcoempresas en este país, reclutando a los jóvenes desempleados que aquí abundan. Quizás aquí tenga éxito lo que no han logrado en Colombia: la creación de un “narco-Estado” paralelo, porque en estas tierras existen “mejores condiciones” para ello. Quizás los verdugos han descubierto que este país hermoso pero anárquico, incauto, desprotegido y fratricida es el lugar propicio para poner en acto su invento. El Chicago 1930 de Eliot Ness y Al Capone es “ameba” frente al Ecuador 2022, además aquí “Los Intocables” son los criminales.

El progresivo imperio del crimen organizado ha modificado nuestros hábitos de una manera yuxtapuesta a la pandemia. Ya no salimos de noche como antes, transitamos atentos a cualquier incidente callejero, ya ni miramos la creciente crónica roja en los medios, los atracos y asesinatos ocurren cada vez más cerca, no sabemos si los negocios cierran por la pandemia o por la extorsión criminal, y dudamos en viajar a las playas esmeraldeñas. El incremento de la violencia en nuestra bella provincia verde y en el puerto principal del Ecuador nos llena de terror y de solidaridad con nuestros hermanos. ¿Cómo podemos vivir así? ¿Quién tiene la solución?

La solución no depende de las acciones de un solo gobierno, pero ello no le exime a este de sus responsabilidades. Estamos ante un fenómeno regional y multideterminado que demanda acuerdos, políticas y acciones conjuntas de los gobiernos de nuestros países. El presidente Lasso podría tomar la iniciativa de exponer el problema y convocar a un foro internacional para adoptar medidas, ante un problema que sobrepasa las mezquinas rencillas seudopolíticas locales o las disputas personales. Porque es inadmisible que los municipios y las gobernaciones de nuestras provincias no puedan coordinar acciones, mientras los autos robados siguen explotando en nuestras narices para hacernos saber que los delincuentes tienen el poder. Ello invita, además, a que cada ciudadano se pregunte qué puede hacer para colaborar en esta cruzada. (O)