A pesar de todos los riesgos que han sido anotados por algunos, a pesar de toda la incertidumbre que siempre acompaña a procesos como estos, pese a todas las repercusiones que vamos a tener en los próximos meses en términos de incertezas y no obstante las posibles frustraciones que podamos llevarnos más adelante, aun así, creo que la convocatoria a una asamblea constituyente hecha por el presidente Daniel Noboa para elaborar una nueva ley suprema es una oportunidad que no debemos perder. Cierto es que en la actual coyuntura esta convocatoria puede tener efectos no deseados, como podría en este caso ser el de revitalizar al correísmo, una de las plagas más nefastas que ha azotado a nuestro país. Pero tampoco ello es un hecho cierto y menos inevitable. Ese grado de incertidumbre es propio de las democracias, por más encuestas que se hagan y se manipulen. Al final es el ciudadano el que decide, el artífice de sus errores o aciertos.
La aprobación de una nueva Constitución es un imperativo que venimos muchos ecuatorianos reclamando desde hace algún tiempo. Sin embargo, la necedad, ignorancia y los intereses de muchos de nuestros líderes no lo ha permitido. Ni siquiera facilitaron que al menos se introduzcan reformas parciales. En 2021, por ejemplo, con el respaldo de casi 300 mil firmas, presentamos un grupo de ciudadanos un paquete de reformas estructurales a la Asamblea Nacional para mejorar la gobernabilidad, proyecto que fue simplemente archivado sin haber sido debatido seriamente. Ha habido otros intentos aquí y allá de introducir enmiendas constitucionales –unos fallidos, otros con éxito– pero, en general, ya sea por la rigidez que tiene la actual Constitución para ser reformada, o por la miopía de muchos de nuestros políticos, lo cierto es que el país ha llegado al punto de enfrentar una salida compleja como es la de una asamblea constituyente.
Ya lo hemos anotado antes, la actual constitución nació con el virus de su propia destrucción, sus autores plasmaron en ella su plan de gobierno y su visión particular de la sociedad ecuatoriana. La euforia de su triunfo electoral los llevó a ver en la Constitución una suerte de trofeo político y no un andamiaje democrático. Vieron en la constituyente una oportunidad para imponernos no solo su visión ideológica, sino inclusive la forma de vida que debíamos abrazar. Y terminaron construyendo la dictadura de un narcisista corrupto; siguieron de esta forma las huellas de muchos experimentos colectivistas fracasados, de derecha o izquierda.
El Ecuador no se merece que la próxima constituyente incurra ni en los errores de Montecristi ni en aquellos anteriores al 2008. Una frustración más sería imperdonable. El país necesita de transformaciones serias y no cosméticas, imaginativas y a la vez prudentes, tanto en su sistema político como judicial. El bloqueo político y la corrupción judicial son probablemente los grandes desafíos que debemos enfrentar. Sin una respuesta honesta a estos problemas, no habrá economía que despegue, inversión que venga, crecimiento que se sostenga o justicia social que florezca.
De fracasar en este nuevo intento constituyente pronto estaremos los ecuatorianos como Sísifo, viendo la forma de volver a subir por la pendiente que una vez creíamos haberla vencido. (O)