Por lecturas de trabajo tengo los oídos invadidos de rimas. Las palabras entran por los ojos, pero resuenan con su dimensión sonora que, si están acomodadas en pos de la consonancia, hacen efectos musicales y hasta engañan. Sí, han convencido a mucha gente de que acompañan la mejor cara de la poesía. No defenderé esa faceta del maravilloso arte lírico –que las sílabas concuerden en la terminación de las líneas– porque representa un largo momento ya superado de la poesía. Simplemente, leo el producto según su tiempo.

Las letras de las canciones pueden ser poéticas, pero también tontas, repetitivas y banales.

La mejor manera de apreciar la fuerza rimadora de algunos poemas resulta de leerlos en su lengua nativa. Los traductores pueden hacer dos funciones: o apegarse al sentido de los textos; o recrear, con creación propia, la proximidad de un idioma con otro en la medida de un verso: si el original es un soneto, la traducción buscará los endecasílabos. Vale comparar traducciones: ¿habrá querido Verlaine que entendamos que su “coeur transparent” es “un corazón claro”, con un adjetivo que pierde ese alargamiento de la palabra trisílaba y el impacto de la consonante te?

Cuando sale este tema a colación, aceptando que toda traducción es una traición, agradezco que el ingente trabajo intelectual que es el paso de un idioma a otro, me permita conocer las bellas piezas de las culturas diferentes. Que en materia de rimas se quede corto, es un problema con el que los lectores tenemos que vivir. Por eso, bienvenida poesía en español, que derrame su sonoro bien musical en la medida en que la armonía sea producto de esa minuciosa relojería que funciona en la extensión del verso, el golpe de los acentos y las consonancias finales: “solar de los míos… rimar mis hastíos” o “De la noche eternal en la angustiosa cuita /como una cinta de oro que el destino limita”.

Se pregunta el lector si acaso las palabras próximas acuden espontáneamente a la pluma creadora o, al contrario, esta se queda en el aire mientras se busca, a conciencia, el término que coincida. ¿Cómo habrá operado la mente de nuestro Medardo al momento de escribir el primer verso de su poema emblema “Cuando de nuestro amor la llama apasionada”?, ¿acaso arrastró de hecho la palabra “amada”, juego básico del adjetivo que era nombre propio (Rosa Amada)?

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El verso libre desató las amarras que imponían las rimas. Neruda escribió un poemario completo con sonetos sin ella. La extensión de cada verso fue más allá de las 14 sílabas de los alejandrinos o, por el contrario, algunos se redujeron a la mínima expresión –sí he visto versos monosílabos–. Sin el golpeteo del final de cada línea la sonoridad del poema se sostiene en el ritmo, más difícil de captar y hasta de hacer audible en la lectura en voz alta. Pero los textos respiran, se agitan, se encienden y se calman según acostumbremos el oído al movimiento de las palabras.

Efraín Jara me dijo una vez que en nuestro tiempo se lee menos poesía porque se la consume en las canciones. Generosa opinión del gran poeta cuencano. Las letras de las canciones pueden ser poéticas, pero también tontas, repetitivas y banales. Ahora hay rimadores que cultivan la copla para vender con ingenio y raperos que se esfuerzan por concebir ideas desafiantes en líneas versificadas. Yo aspiro a rimar vida con realidad, sueños con acciones. También es un arte. (O)