Cuando fiscales y jueces, por razones entre las que podría sobresalir el temor, se resisten a acusarlos, y hasta quienes los capturan escriben escuetos partes tratando de involucrarse lo menos posible en el operativo, ¿deben los reporteros convertirse en la instancia que exponga los hechos a pesar de las amenazas de bandas y sus líderes que logran amedrentar a todo el sistema de control y justicia?
La pregunta ronda en mi cabeza desde hace varios meses, cuando empeoró la situación de seguridad ciudadana a nivel nacional, y en especial en aquellos sitios donde la actividad narcodelictiva parece desarrollarse con tanta intensidad.
Recuerdo la madrugada en que aparecieron colgados cadáveres decapitados de un paso peatonal céntrico del cantón Eloy Alfaro (Durán), tal cual como lo habíamos visto por televisión. Y recuerdo también la narrativa, casi de partido de fútbol, con la que presentaron el espeluznante hecho algunos colegas a través de los medios audiovisuales, especialmente, y digitales, masivamente. Relatos cargados de adjetivos calificativos, que repetían sin empacho alguno; datos “reveladores” que luego no constaron en informes, partes de novedades, providencias ni sentencias, y que motivan esa sensación de que son los de la cámara, el celular y el micrófono los únicos que osan señalar a los hechores, algo que en otros países ha teñido de sangre al oficio de comunicar. Tan cerca como en el vecino Colombia, o como en el querido México.
Informar o no informar. Interpretar o no hacerlo. Usar o no la riquísima herramienta periodística de la fuente extraoficial...
Informar o no informar. Interpretar o no hacerlo. Usar o no la riquísima herramienta periodística de la fuente extraoficial, de la que ancestralmente han salido muchísimas aproximaciones a alguna verdad que alguien tratase de ocultar. Exponerse o no junto al hecho. Son, deben ser, dilemas ahora diarios al armar la agenda noticiosa, cargada inevitablemente de casos que involucran acciones mafiosas. Se suma a eso la permanente sospecha del público, ancestral también, de que si no se lo dice es porque se están favoreciendo los intereses de alguien.
En las actuales circunstancias, aunque a muchos no guste y otros opten por el escarnio público, la presunción de inocencia, que es un derecho del reo, se está imponiendo, paradójicamente, hasta por la fuerza. “Lo que no se puede probar no existe”, recalcan los jueces al emitir fallos, los fiscales al no acusar, y es el mismo concepto con el que se desarrolla la tarea periodística, considerando que un alto porcentaje de hechos, que transitan por cárceles y cortes, involucran la honra de alguien y esta no puede ser afectada sin la contundencia de las pruebas.
En las actuales circunstancias de alto riesgo, me inclino por el periodismo que, sin perder su esencia, desarrolle el trabajo con la cautela y precauciones que todos hemos debido implementar en nuestros núcleos familiares y de amigos. Dejando algunos de lado la capa y los superpoderes que los colocan como contradictores de “enemigos” a los que “expone”. Reemplazándolos con las leyes y reglamentos exactos para referirse a los hechos, y que así quede sin lugar a dudas el rol que cada uno tiene en la horrenda crisis que tiene sumida en la angustia a la sociedad entera. (O)