¿Adónde vamos? ¿Hay horizonte más allá de los anuncios, discursos y escándalos de cada día? ¿Cómo entender esta confusión institucional, este caos institucional, este pánico físico y conceptual que sufrimos? No veo ruta, ni consigna. No hay ilusión movilizadora, ni liderazgo. No advierto un proyecto que apunte a un acuerdo básico, a un entendimiento elemental.

Me asomo a la república, entreabro la puerta de cualquier noticiario, y tras los transitorios entusiasmos del campeonato de fútbol, veo el desorden de siempre, los chaquiñanes rotos de un sistema político quebrado, los barrancos de la incertidumbre, las tormentas y los truenos, las amenazas, los gestos fruncidos, los alegatos vacíos, saturados de resentimiento, de cálculo partidista y de irresponsabilidad. Veo la enorme negación de un país sin conductores, sin élites, sin más propuestas que las que corresponden al egoísmo rampante de cada grupo. Quisiera creer que esto es transitorio, pero me temo que el drama se ha consolidado demasiado, que el suelo firme está plagado de trampas.

Es la trampa de una legalidad que se ha convertido en palabra vana. Veo las trampas que saturan una constitución farragosa, declamatoria, reiterativa, y los candados que aseguran su vigencia contra el sentido común y la necesidad de cambiar.

Con orden de prisión por estafa está consejero del CPCCS que reemplazaría a uno de los cuatro destituidos por la Asamblea Nacional

Siempre hubo divorcio entre la realidad y el discurso, entre la gente y la política, entre los ciudadanos y quienes ostentan la condición de autoridades, burócratas y asesores. Presiento, sin embargo, que ahora la distancia se agrandó, y que está claro que unos son los intereses de los poderes y otros los precarios afanes de la sociedad; que unas son las cifras de los éxitos estatales, los presupuestos y los balances, y otras las cuentas del hombre de a pie, de quien busca trabajo, del que se afana en su profesión o en su negocio. Para mucha gente, siempre fue difícil llegar al fin del mes, pero ahora aquello es un drama. Siempre hubo escepticismo, ahora hay negación. Lo grave es que un país, en buena medida, es un grupo de personas que creen en algo común, que apuestan a participar en un destino colectivo, que tienen un pasado que les marca, y que pueden conversar sin traductor, porque hablan un mismo idioma moral, una cultura, un modo de ver la vida. Lo grave es que se deje de creer, que se deje de sentir aquello de “ser de aquí”. En la pérdida de ese sentimiento está la raíz de las migraciones y los extrañamientos.

Juez acepta medida cautelar autónoma y dispone la suspensión de los efectos de la destitución de los cuatro consejeros del CPCCS

Alguien dijo que la democracia es una conversación interminable, en que se tejen esperanzas y se afianzan acuerdos. Creo yo que la democracia fue, alguna vez, un entendimiento construido a partir de coincidencias y desacuerdos; fue, o quiso ser, un diálogo. Ahora es una confrontación perpetua de la que nacen odios, y que solo alimenta desencuentros.

Me pregunto, y les pregunto a los lectores: las elecciones, ¿son democracia de verdad?; la Asamblea, ¿construye leyes a partir de mandados populares? ¿Hay responsabilidad política, hay límites a los poderes? ¿Tenemos confianza en el sistema judicial, en las dirigencias? (O)