No saben. Otra vez el paro se inició con el pretexto del alza del precio del diésel. Un movimiento de gran destructividad y violencia inusitada que ha provocado pérdidas de varias decenas de millones de dólares. ¿Era un tema que merecía ese desproporcionado despliegue de abusos y delitos? Un movimiento de reivindicación étnica y nacional no puede tener como único objetivo viable el precio de un combustible. Es un mero pretexto para hacerse notar, porque 35 años después del primer levantamiento indígena liderado por la Conaie, hasta ahora no han hecho un planteamiento coherente del tipo de Estado que quieren, ni cuáles son las reformas que pretenden implantar.

Todas las listas de pedidos que se han hecho en el marco de estos siete lustros han girado cansinamente alrededor de los mismos puntos. Contienen, con pocas variaciones, problemas coyunturales como el precio de los combustibles. También formulan pedidos limosneros, como la reducción del IVA o alivio de deudas, sin esbozar alguna propuesta concreta de cómo realizarlos. Generalidades obvias, como “solución a la crisis de salud y educación pública que enfrenta el país”, creo que todos los ecuatorianos estaremos de acuerdo con eso, pero a qué aspectos concretamente se refiere, cuáles son los prioritarios, de dónde saldrán los fondos para financiarlos... vaguedades, ni un asomo de análisis. Sobre todo, nada que no se pueda conseguir mediante diálogo, nada que justifique tanto destrozo, tanto abuso.

Como la vía electoral está cada más cerrada, pretenden mantenerse en vigencia con un levantamiento cada cierto número de años, con algún pretexto suficiente como para alentar movilizaciones significativas. Pregunto, ¿cuántas personas participan activamente en estos tumultos? Probablemente no llegan a 20.000 en todo el territorio nacional. Doscientas personas son suficientes para armar un bonito cierre de carreteras. Cien piquetes de esos, del Carchi al Macará, y tenemos “una revolución”. Las más grandes marchas, que en esta ocasión no se han dado, no reúnen 10.000 personas, en un escaso puñado de provincias. Esas cantidades no otorgan ninguna legitimidad. Ha sido por tanto vergonzoso que los gobiernos se dejen manipular por diminutas bandas que suplen con agresividad lo irrisorio de su número. Sostienen que ni sé qué organismo internacional ha dicho que el cierre de vías es un medio legítimo de protesta, pero ninguna entidad, por muy interamericana o mundial que sea, puede convertir lo que no es ético en legal.

Este exiguo grupo de gente no puede dictar la política nacional, porque no ha demostrado representar a la mayoría de la población indígena y mucho menos a su totalidad. Porque en esos mismos años, si algún grupo progresó en el país fueron los indígenas. Profesionales, pequeños empresarios, transportistas, artistas y artesanos... gente activa y creativa que sí sabe lo que quiere: progreso, paz, ¡dignidad! No hay mayor indignidad que la miseria. Dirán que estas personas buscan sus logros personales. Por supuesto, de eso se trata. No quieren sacrificar sus legítimas aspiraciones en nombre de las alucinaciones de los dirigentes. (O)