El discurso violento sube de tono a nivel global y una despótica neolengua se afianza en la cultura. Los mensajes denigrantes de figuras geopolíticas prevalecen en épocas de reflexión y diálogo. Donald Trump humilla a periodistas (“cállate cerdita, eres fea por dentro y fuera, ¿eres estúpida?”) y amenaza “acabar con estos hdp” y “esos países de m…”. Nicolás Maduro lo hace con su “no guar, imbéciles, respect, estúpidos del norte” y V. Putin llama “cerditos” a los europeos.

En Ecuador, autoridades, asambleístas, exfuncionarios, abogados, comunicadores y más compiten por el insulto verbal o gestual más insolente. La grosería se celebra; quien es cortés es un “bobo de la yuca”.

La agresividad muda al acto violento sin pudor y el país aparece como el sexto más peligroso del mundo (Acled/Forbes/25).

¿Tildar, por ejemplo, a otro de “retardado” o “subnormal” es prueba de racionalidad comunicativa? No. Es un claro abuso de los más vulnerables, reduciendo su condición de persona a un calificativo. Es una negligencia facilitadora de discrimen y devaluación del rol social de quien tiene discapacidad intelectual.

Durante los años 90, la Red Iberoamericana en Comunicación y Discapacidad, el Grupo Latinoamericano de Rehabilitación y la Red Nacional de Discapacidades, con auspicio internacional y el apoyo de Fasinarm y EL UNIVERSO, ejecutamos campañas informativas para eliminar términos excluyentes hacia las personas con discapacidad. Ojalá alguna organización retome aquella exitosa iniciativa.

Así las cosas, he releído al filósofo A. Schopenhauer, quien depositó en custodia sus pensamientos para quienes sepan reflexionar sobre ellos. En Parerga y Paralipómena: escritos filosóficos menores II, hay una serie de metáforas, parábolas y fábulas. Cito textual la # 396:

“Un grupo de puercoespines se apiñaba en un frío día de invierno para evitar congelarse calentándose mutuamente. Sin embargo, pronto comenzaron a sentir unos las púas de otros, lo cual les hizo volver a alejarse. Cuando la necesidad de calentarse los llevó a acercarse otra vez, se repitió aquel segundo mal; de modo que anduvieron de acá para allá entre ambos sufrimientos hasta que encontraron una distancia mediana en la que pudieran resistir mejor. —Así la necesidad de compañía, nacida del vacío y la monotonía del propio interior, impulsa a los hombres a unirse; pero sus muchas cualidades repugnantes y defectos insoportables les vuelven a apartar unos de otros. La distancia intermedia que al final encuentran y en la cual es posible que se mantengan juntos es la cortesía y las buenas costumbres. En Inglaterra a quien no se mantiene a esa distancia se le grita: keep your distance! –debido a ella la necesidad de calentarse mutuamente no se satisface por completo, pero a cambio no se siente el pinchazo de las púas–. No obstante, el que posea mucho calor interior propio hará mejor en mantenerse lejos de la sociedad para no causar ni sufrir ninguna molestia”.

En tiempos intensos bien haríamos como los puercoespines en mantenernos cerca para apoyarnos, pero con la distancia necesaria para minimizar los arañazos. ¡Felicidades! (O)