Se acerca un nuevo año e inevitablemente asoman dos preguntas: ¿quiénes y en qué forma estuvieron presentes en nuestra vida, en estos tiempos?

Y son muchos, porque, aunque quisiéramos actuar en solitario, somos la suma de quienes tocan nuestras vidas. Nadie es capaz de desarrollarse sin depender de otro. Sino observe su jornada de trabajo: saca el auto, recarga combustible, transita por la ciudad y llega a su puesto. Todo aquello está mediado por lo que se atraviesa en su camino.

Si tiene suerte y vive en una ciudad ordenada. Los semáforos estarán cronometrados de tal forma que el trayecto será plácido hasta su destino. Pero es posible que los semáforos estén suspendidos y se encuentre con una serie de uniformados que intentan poner orden en el caos vehicular matutino.

Aunque dotados de buena voluntad, los vigilantes de tránsito parecen contribuir al desorden. De ahí que se añore la implementación de automatismos de inteligencia artificial (IA) para que dirijan el tránsito, corrijan entuertos y solucionen problemas. Y así, poco a poco las ciudades más desarrolladas van delegando a máquinas y dispositivos de inteligencia artificial la organización de las sociedades.

Debido a los límites humanos, las aplicaciones tecnológicas van desplazando puestos de trabajo. Aun en países como el nuestro –donde estamos rezagados en varios aspectos– ya nos agendan reuniones a través de IA y hasta en la frutería del barrio se paga de manera digital.

Y en medio de ese cambio, las presencias y ausencias ya no son exclusivamente humanas. Aparecen aplicaciones de IA para abordar temas tan delicados como la salud mental. Y aunque los profesionales de la psicología se creen insustituibles, poco a poco la gente parece sentirse más cómoda para tratar aspectos delicados con una IA que con un ser humano. Pues sabe que la IA no le juzgará con el lente humano.

Así, entrando al 2026 lo que antes parecía una excentricidad, hoy es más común: jóvenes enamorados de hologramas, conversaciones largas con un chat, consejería digital con aplicaciones o simplemente, concretar el deseo de vivir en otro espacio, a través de dispositivos de realidad aumentada.

Por lo tanto, el balance entre presencias y ausencia arroja una sorpresa. Las ausencias empiezan a ser las humanas. Porque nos encanta lo inmediato, lo que no nos implique conflicto, huimos del ojo escrutador del otro. Y resulta más fácil escapar de la realidad cotidiana y refugiarnos en el mundo digital, donde disfrutamos de minivideos de nuestros temas favoritos.

Poco a poco las casas se vacían de relaciones humanas y se adornan de nuevas compañías que están en el escenario de lo virtual, de lo digital o de lo artificial. Por lo tanto, el balance del año descubre que todo lo artificial ganó espacio y es exactamente por la forma inmediata, satisfactoria y descomplicada con que llegó a nuestras vidas. ¿Qué viene para el 2026? Eso dependerá de nuestra capacidad de hacer frente a los cambios y aprovechar la nueva dinámica que se avecina a pasos gigantes. (O)