Por los apuros que pasaba mamá para que me alisara los rizos y no usara jeans; por mi ingenuidad para escribir de adolescente quién era, de dónde venía y a dónde iba; por mi ardorosa defensa de los niños con discapacidad; por acoger en casa a todo tipo de personas; por mi determinación de estudiar en Buenos Aires, en plena dictadura; por la curiosa elección de mis parejas; por mi inquebrantable decisión de vivir sola a los 20 años; por mi sistemática incursión en la biblioteca de papá; y por un largo etcétera fue por lo que él, con su mirada azul, sentenció un día: “Eres una revolucionaria”.
Pero nada tenía que ver yo con el arquetipo de la guerrillera con boinas y fusiles. Papá era un hombre diplomático y un agudo observador. Teníamos una especie de código secreto para descifrarnos, así que cabía desentrañar sus palabras. Luego de pensarlo un rato, concluí que tenía razón. Navegaba yo, transgresora y furtiva, en sorprendente sinergia, entre las orillas de dos realidades inventadas y posibles.
Es ampliar la mirada y deconstruir algo de tu esencia, sin saber muy bien por qué.
Recuerdo bien una noche en que tenía que asistir a cierto evento familiar en un lugar refinado. No había tenido tiempo de buscar el traje apropiado y se lo había pedido prestado a mi hermana. Al verme, papá comentó lo elegante que lucía, a lo que respondí: “Esta no soy yo”. Él sonrió con su acostumbrada calma y sabiamente observó: “Esa también eres tú”.
Y sí. Se puede disfrutar de Mozart y Piazzola; de Plácido y Serrat; de Freud, Nietzsche y Bauman; de Cortázar, Padura y Gabo. Es posible debatir en foros públicos e igualmente en sindicatos; almorzar en lindos clubes y guitarrear en una playa; bailar el clásico ballet y, cómo no, la buena salsa; añorar la soledad y ondularse en compañía; dictar cátedra en Madrid y aprender en las Galápagos.
Pensar distinto es tener una ‘cabeza voladora’ (R. Montero) enroscada al cuerpo. Es ampliar la mirada y deconstruir algo de tu esencia, sin saber muy bien por qué. Es fugarte de las certezas y arroparte con la duda. Es contemplar la existencia desde el extrañamiento de lo que somos: apenas la ficción breve de una especie social, como diría Houellebecq.
Hacer distinto es parar el mundo un tiempo y preguntarte si son ciertos los gajes del oficio, los piropos inocentes o la resurrección de los muertos. Es sospechar si se jura en vano, si el espíritu es santo, si a la tercera te vences, si la luz hace ruido, si el error es sagrado, si la vida tiene elixir, si hay un colmo de los colmos, si la daga es asimismo llaga, si lo último es primero, si la tristeza se abdica, si el silencio tiene alma, si la felicidad es un atajo, si los dioses huyeron, si el desarraigo es efímero, si el infierno es un refugio, si las ideas fallecen, si el olvido tiene grietas, si la nada tiene nombre, si la luna se marchita, si el retorno es siempre eterno, si la errancia es el camino, si las palabras muerden, si la sangre llama. Es indagar si la penumbra es vaga; si la virtud, dilema; si la aurora, gloriosa; si el heroísmo, embrujo; si el amor, un rapto; si la Patria, el abismo; si nosotros, los fantasmas.
Amar distinto es abrazar hoy a mi Alejo, bordada de perlas, vestida con alas. (O)