No es suficiente que exista una constitución, ni que tengamos cientos de leyes vigentes, ni que cada cierto tiempo votemos por presidente, asambleístas, alcaldes y más funcionarios. No es suficiente que los documentos políticos proclamen que hay Estado de derecho. Y que hay libertades. No, no es suficiente. Es preciso mucho más.

Es preciso que las leyes se vivan, se respeten, se asuman como algo propio en nuestro país. Es necesario que cada día tanto gobernantes como asambleístas den testimonio de que efectivamente tenemos una república, con poderes que deben justificarse en los hechos, con actos que sean de incuestionable rectitud y utilidad para la comunidad; que la legalidad no sea solo declarativa y formal, sino efectiva, que vincule a todos sin excepción, y que cada norma se cumpla tal y como está escrita.

De nuevo la justicia

Desde el día en que los patriotas nos pusieron frente al reto de ser república, reto en el que se les fue la vida y la familia, la sociedad tenía, y todavía tiene, la obligación de hacer de la República del Ecuador una evidencia y, por tanto, de erradicar todo aquello que la niegue, todo lo que manche la legalidad o tergiverse los valores. Todo lo que impida llegar a un destino grande. No lo hemos hecho. Penosamente, no estamos, ni estuvimos, a la altura de lo que aquel desafío significaba.

¿Todo esto es teórico? Puede ser teórico, pero cuando no se asume la importancia de las ideas, y la trascendencia moral de los conceptos, cuando se vive eludiendo las obligaciones cívicas, lo que tenemos es una república de papel, una constitución que es lápida de las libertades, unas instituciones del Estado que son carátula de la burocracia, y unas elecciones que no concitan más interés que el coyuntural de las campañas, ni otro compromiso que el que nace de la inducción de la propaganda o de la palabrería del caudillo.

Donde florecen los muertos

Por eso, frente a la teoría que nos incomoda y a las doctrinas que se ignoran, el contraste con la realidad es penoso. Y cuando hay civismo, todo eso resulta doloroso. Sin embargo, ¿a cuántos realmente les importa este tema?, ¿a cuántas conciencias les incomoda el drama de vivir traducidos en lo que dice el noticiero?, ¿a cuántos les importa el prestigio del Ecuador? Serán muchos o serán pocos, pero lo que sí se advierte es que aquello que llaman la sociedad civil no tiene militancia activa, ni tiene ilusión que la movilice, salvo unos cuantos quijotes que se duelen.

Es tema de educación, se dice, y es verdad. Sin embargo, además, es un asunto de convicciones y también de compromiso con los valores que se han convertido en lugares comunes y en palabras vacías, y que es necesario restaurar, difundir, insistir, comprometer, repetir y opinar aun a riesgo de que los lectores se cansen y dejen de leer.

60 días

El tema es de civismo, pero también es de funcionalidad del Estado, de que la estructura del poder sirva a la comunidad. Que sea útil no solo a la economía y a la inversión, que también lo sea para la gente que vive en el desengaño y la negación, y que alimenta, y con razón, los deseos de irse a ser en otra tierra lo que no pudo ni le dejaron que sea en la suya. (O)