La civilización es una inmensa construcción histórica y cultural que a lo largo del tiempo acumula los aportes de individuos y sociedades. Es un inconmensurable repositorio de los datos de las vidas de los hombres de todas las épocas y latitudes que guarda un orden definido por las grandes líneas de la creación humana, como la religión, las costumbres de convivencia, la construcción de moradas y el levantamiento de urbes, el desarrollo de la ciencia y la aplicación de la tecnología; y, el derecho, estelar producto que regula comportamientos y acciones permitiéndolos, prohibiéndolos o exigiéndolos, en el abigarrado escenario natural y social.

En esa luminosa y oscura plataforma de lo humano, desde los primeros tiempos, el hombre ha utilizado los recursos naturales para su supervivencia y proyección, buscándolos, extrayéndolos y procesándolos, construyendo civilización, la cual desde sus albores ha dependido del entorno natural inmisericordemente explotado y destruido. Por eso, se puede sostener que la existencia social ha significado el exterminio de muchas formas de vida y que vamos por todo lo que falta, siguiendo maniatados, ese camino fatal.

Rectificar formas de actuar que destruyen, detener prácticas mortales de extracción, cambiar para salvarnos son las grandes aspiraciones de la reflexión humanista que propone otras maneras para vivir. Muchos estamos convencidos de esas verdades, sin embargo, el sofisticadísimo entramado civilizatorio contemporáneo condiciona la toma de decisiones que podrían ir en ese sentido, porque hay tanto en juego que resulta muy difícil romper esa mortal jaula de hierro que se está transformando en mortaja futura. La aun limitada conciencia desarrollada y la voluntad pueden poco frente al voraz descontrol de una civilización que ha llegado a ser lo que es, por el aprovechamiento y la depredación.

La explotación de minerales es una manifestación de lo que afirmo. Las formas de vida social dependen de esos recursos utilizados amplia y generalmente en toda parte y en todo lugar, en la vida doméstica de la gente, en la formalidad de la vida institucional y en actividades de esparcimiento y diversión, sin que exista un espacio social que pueda prescindir de ellos porque forman parte de todo, computadoras, medicamentos, cables eléctricos, monedas, vehículos, aparatos de tecnología, celulares, pinturas, cerámica, hospitales…

¿Debemos proceder de otra forma frente a esos recursos? Sin duda, pero dependemos de ellos en diversos grados y no podemos cambiar de manera radical. Por eso, la minería es un gran negocio pese a que arrasa y destruye, pues extraer y vender para sobrevivir, ganar dinero y poder, son categorías culturales vigentes y sobre todo indispensables para que la maquinaria de la civilización continúe funcionando. La minería ilegal y la legal no son iguales, como muchos lo sostienen. ¡La pavorosa minería ilegal es indefendible! La minería legal debe evolucionar para que realmente sea practicada de conformidad con lo que nuestro sistema jurídico establece sobre el tema, que es aceptable en su literalidad, pero ineficaz en su aplicación y por lo tanto en sus efectos. (O)