Pedro Joaquín Chamorro fue acribillado a balazos a las 8 de la mañana del 10 de enero de 1978, desde un carro que se puso al lado de su Saab descapotable cuando iba a su trabajo, como todos los días. Don Pedro era el director-propietario de La Prensa de Managua, el mismo diario que el pasado 12 de agosto se vio obligado a suspender indefinidamente su edición en papel al ser ocupado por la policía del actual dictador, Daniel Ortega, que fue uno de los jefes de la revolución que terminó derrocando al tirano Anastasio Somoza.
La opinión pública entendió que fue Somoza quien dio la orden, por ser Chamorro su principal oponente desde las páginas de La Prensa, pero lo cierto es que ese asesinato fue lo que faltaba para que el pueblo nicaragüense apoyara las columnas insurgentes del Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN) que tomaron Managua 18 meses después. Somoza abandonó Nicaragua el 17 de julio de 1979, y luego de pasar por Miami, Bahamas y Guatemala, se instaló en Asunción al amparo de su amigo Alfredo Stroessner. No le sirvió de mucho a Tachito la protección del Rubio: fue asesinado con un rocket antitanque, también en su auto, el 17 de septiembre de 1980 en una avenida de Asunción.
Los sandinistas entraron en la capital de Nicaragua el 20 de julio de 1979. La ciudad había sido abandonada el día anterior por la plana mayor del gobierno y por la Guardia Nacional, que dejó cantidad de armas en los parapetos y en los cuarteles. Esa noche apareció en la historia el concepto Milicianos de Managua: muchos de los que permanecían escondidos en sus casas salieron a la calle, se adueñaron de las armas abandonadas y se pasaron la noche disparando al aire. Al llegar las columnas del FSLN que entraban en la ciudad se confundieron con ellos. Desde aquel episodio se llama Milicianos de Managua a los aprovechados que capitalizan para ellos una insurrección de la que no participaron.
Pensaba estos días en los milicianos, pero no de Managua sino de Kabul. La situación es parecida a aquella de 1979, solo que los talibanes son los trogloditas de Afganistán y los sandinistas iban a liberar a Nicaragua de otro troglodita. Después resulta que todo se da vuelta, pero el hecho de ahora es la toma de Kabul por fuerzas insurgentes que se hacen con el poder. Los que pueden, huyen para vivir tranquilos en otros países y dejan a la buena de Dios a los que los acompañaron por afinidad ideológica o porque había que comer. Se van los ministros, pero quedan los secretarios y subsecretarios. Se van los embajadores, pero quedan los empleados locales. Se van los responsables y quedan los inocentes que buscan desesperados subirse a los aviones para evitar las represalias de los nuevos amos.
Mejor que intentar el escape casi imposible es agenciarse un fusil de asalto bien grande y vestirse de talibán –las mujeres enfundarse en una burka– para pasar inadvertidos. Se me ocurre que muchos de los barbudos armados hasta los dientes que hoy vemos en las fotos de Kabul son en realidad Milicianos de Managua: afganos asustados convertidos en talibanes la semana pasada. (O)