Suena en el podcast Talk to me of Mendocino, una bella canción del dúo canadiense de las hermanas McGarrigle. Dulce y melancólica. Divertida coincidencia, porque iba a hablar del cabo Mendocino minutos después, en una conversación televisada con el analista Alan Cathey. El tema general sería el quinto centenario de la culminación de la primera circunnavegación al globo terráqueo, que conmemoramos el 8 de los corrientes. Este hecho transformó al mundo, sus efectos los seguimos sintiendo, quizá más que antes. Tras el viaje de Magallanes-Elcano, en cinco precarios navíos, de los cuales uno solo volvió, por primera vez la Tierra estuvo completo. Faltaban por determinar Oceanía y la Antártida, se lo hizo pocas décadas más tarde y eso solo fue posible luego de las circunnavegaciones realizadas en el siglo XVI. Llama la atención la gran cantidad de años entre una y otra, a la que hemos mencionada iniciada en 1519, le siguió otra recién en 1577, realizada por el famoso corsario sir Francis Drake, culminada en 1580.

A la que seguirían la de Cavendish en 1586. La siguiente, la de Oliver Van North, llegó ya en 1601.

La circunnavegación era una hazaña necesaria, su gran aporte es el haber incorporado el espacio transpacífico al desarrollo de la humanidad en conjunto. Fue la primera globalización, el mundo que se construyó en torno al mar Mediterráneo y en las costas, atlánticas, se une con el que florecía en las costas orientales del Pacífico y las del Índico. Factor esencial en este desarrollo sería el descubrimiento y colonización española de las islas Filipinas. El planeta había sido dividido, por sagrada decisión del papa, en dos partes, una para España al oeste del meridiano 46° 37′W, y la otra para Portugal, al este de la misma línea. El poco conocimiento que se tenía de la geografía entonces motivó que no se señale el límite este, al otro lado del globo. Así se crearon dos anomalías. Las Filipinas, a 15 mil kilómetros de las costas mexicanas, caían dentro del dominio español, mientras que una porción de Sudamérica, a 4 mil kilómetros de las islas del Cabo Verde, era portugués y de allí nacería Brasil.

Los españoles debían cruzar el más grande de los océanos para llegar a sus islas asiáticas. Travesía peligrosísima, en la que morían entre un tercio y la mitad de los embarcados. Las técnicas de navegación de entonces eran limitadas y no podían vencer los poderosos vientos y corrientes contrarios que impedían el viaje de vuelta a Acapulco, que era desde donde partían las naves españolas. Si se quería salir del extremo oriente había que rodear Asia y África, tocando en puertos portugueses a veces hostiles. No sería hasta 1565 que los marinos españoles Arellano y Urdaneta descubrirían la ruta que permitía el ‘tornaviaje’ a América. Para ello tenían que subir hasta alcanzar el paralelo 40 de latitud norte, para aprovechando la corriente del Kuro Siwo, alcanzar en California el cabo Mendocino. ¿Nos será dado ver esa perspectiva ansiada por los navegantes tras el tenebroso viaje? “Háblame de Mendocino, / cierro mis ojos, oigo el mar, / ¿debo esperar?, ¿debo seguirte? / ¿No me vas a decir, “ven conmigo”? (O)