El libro no tenía las primeras ni las últimas páginas, pero tenía una ardilla que me hacía llorar. Cuando los animales del bosque le preguntaban: “—¿Cómo te llamas?”, ella respondía: “—Pobrecita yo”.

No sé cómo cayó en mis manos, no sé cómo terminaba ni por qué estaba triste esa ardilla, pero al leerlo una y otra vez supe una cosa: que la vida no siempre iba a ser bella, que la vida real podía ser dura y que los libros tenían que llevarme a todos los mundos posibles, incluso los feos, incluso los tristes.

La literatura y la vida siempre se entrelazan. Ursula K. Le Guin, como muchos grandes autores de ficción, nos lleva por mundos imaginarios auténticamente reales. Y es que la vida y la literatura no deben tener filtros. Deben tener belleza, poesía, condumio, pero jamás filtros.

Felipe Rodríguez Moreno, ese abogado con cara de niño, ese niño que parece que juega a ser grande (y a quien yo llamo “mi novio” en las redes sociales porque me gustan los hombres inteligentes), ha escrito su primera novela, Férreos Ejércitos construirán el abismo. Dice que la ha escrito desde el miedo, pero yo veo que la valentía es lo único que sobra.

He pasado media vida entre libros en esa madriguera llamada Rayuela, y creo que si bien llegamos a la literatura buscando un escape, esta siempre es un espejo, y a veces un espejo deformado, pero siempre necesario. ¿Para qué escribir, si no es para enfrentarnos con nosotros mismos y la realidad? ¿Para qué leer, si no es para entendernos y ver los huecos y roturas que a veces nos deja la vida?

Felipe ha tomado el toro por los cuernos, ha visto de frente al monstruo que nos asfixia en las noticias de la mañana. Su novela es un retrato real y rotundo de la vileza humana que envuelve la corrupción, el crimen organizado y la violencia que, da para pensar, llegaron para quedarse. La historia de Antonio, el protagonista, su búsqueda y sus traumas se enmarcan en una trama que toca lo político y lo criminal, obligándonos a mirar el abismo de nuestra propia indolencia.

En Ecuador ya se escribe sobre narcotráfico y violencia, ya se escribe una literatura de emergencia. Esteban Michelena con El pasado no perdona, Paulina Narváez con Al filo del vinilo, Felipe Rodríguez con esta novela; ninguno de ellos te deja salir ileso. Y hay más.

Colombia, tal vez, fue la primera en sentarse con el diablo y contarlo todo: Fernando Vallejo en La virgen de los sicarios, Jorge Franco en Rosario Tijeras. Y hay más. También están Sara Jaramillo Klinkert en Cómo maté a mi padre y Héctor Abad Faciolince con El olvido que seremos, cuya mirada está puesta en el sentir de las víctimas. Y hay más.

Estas novelas, como la de Felipe, nos hacen ver las vísceras de la realidad. Estas novelas incomodan, pero son absolutamente necesarias y de ellas hay que hablar. Por eso he organizado en Rayuela una tertulia con puro abogado: el sábado 18, a las 11:00, Felipe, Miguel Molina y Pablo Encalada desmenuzarán este tema que nos convoca y que habrá que pasar con vino.

La literatura crea, y como decía Gabo: la vida es lo que recordamos y cómo la recordamos para contarla. Y ahora nos toca contar esta. (O)