Hoy empieza el X Congreso Internacional de la Lengua Española en la ciudad de Arequipa. Días atrás, el 10 y el 11 de octubre, tuvo lugar en Lima la convención preparatoria de este congreso, donde se presentaron las primeras ponencias de especialistas de países de España y América Latina alrededor de distintos temas vinculados a la lengua, desde aspectos de inteligencia artificial a uno de los proyectos más ambiciosos que promueve la Real Academia Española de la lengua desde 2022: la Red Panhispánica de Lenguaje Claro y Accesible. Lo que podría simplificarse como una más de las directrices normativas propia de las academias resulta ser un tema mucho más amplio y que ha requerido el despliegue de especialistas en distintos campos con grandes equipos de trabajo.

La llamada cortesía de la claridad, que nace de un dicho de Ortega y Gasset que señalaba como cortesía del filósofo el saber expresarse de manera diáfana, va mucho más allá. No se trata solamente de cortesía, señaló Santiago Muñoz, el director de la Real Academia Española de la lengua, sino de un derecho. La necesidad de la claridad y la comprensión en sentencias judiciales, en informes médicos, en normativas y reglamentos, en prescripciones médicas, en manuales es una urgencia que, al no resolverse, desprotege a los ciudadanos. Y así como en los casos de la poesía culterana que exigía la presencia de un comentario, en el caso de la vida cotidiana la oscuridad exige la mediación de intérpretes o especialistas sobre lo que resulta incomprensible para la gente. No está nada mal contar con el apoyo de alguien en cualquier faceta de la vida, pero de ahí a pasar a la dependencia y —aquí viene lo peor— a la mediación manipuladora y distorsionadora, de la que sacan provecho personas inescrupulosas, es un daño social. No es un tema que se pueda resolver de un día para otro. Las dificultades del lenguaje por sí mismas, la multiplicación de tecnicismos y la rapidez de la vida cotidiana que genera descuidos en la percepción —no se lee con atención cuando hay prisa— provocan malentendidos en los que la alteración de una coma puede cambiar todo el sentido de una frase. Casi me sorprendió que en la Convención de Lima haya participado un general español, Víctor Mario Bados Nieto, del Centro Superior de Estudios de la Defensa Nacional, si no fuera porque en su exposición, breve y concisa, empezó con una cita de Sun Tzu, autor del clásico tratado El arte de la guerra, con más de dos mil años de antigüedad: si las órdenes no son claras, la culpa no es el del soldado sino del general.

El carácter de urgencia aplicado a la claridad del lenguaje revela la importancia de esforzarse por ser claro, de no dejar al descuido el léxico y la sintaxis por pretender incluir en la cápsula del lenguaje toda la información que se pretende. El ejemplo clásico del Código Civil francés, que Napoleón quería tan claro que no fuera necesaria la interpretación de abogados y jueces, derivó en un ejemplo de redacción que provocó incluso la admiración de escritores precisos y ágiles, como Stendhal, que aseguraba que necesitaba leer unas páginas de ese código antes de sentarse a escribir. Lo cierto es que será siempre necesario recurrir a la mediación de especialistas por la dimensión tan amplia del conocimiento humano y la multiplicidad de metalenguajes, pero en la gestión cotidiana la oscuridad gratuita y arbitraria se vuelve un atentado contra el derecho de los ciudadanos. Por eso, no debe extrañar que la preocupación por el lenguaje claro esté promovida precisamente por profesionales del campo del derecho. El director de la Real Academia Española es abogado y en la Convención de Lima fue notable la presencia de catedráticos de derecho de varios países con grandes equipos de trabajo que han desarrollado programas informáticos y asistentes virtuales destinados a buscar mayor claridad, como el caso chileno de Scribeclaro, de la Pontificia Universidad Católica de Valparaíso, o ArText, de la UNED, entre otros proyectos que ayudan a evitar complicaciones u oscurantismos innecesarios en la escritura.

Hay que remarcar que la apuesta por el lenguaje claro no tiene el propósito de simplificar. Más bien es lo contrario. La claridad del lenguaje permite actuar de manera que se abran caminos hacia lo complejo. La literatura ha sido consciente de estas dificultades, y de manera especial la novela, que ha buscado siempre el acercamiento a los lectores, pese a que no puede escapar de toda la riqueza oscura del lenguaje. Tolstói, por su experiencia en la guerra de Crimea y el sitio de Sebastopol, que le permitió comprender la invasión napoleónica que narra en su monumental novela Guerra y paz, y que cronológicamente no pudo vivir, decía que no hay nada más difícil que intentar comprender el resultado de una batalla y escribir un reporte. Eso explica la desorientación que sufren sus personajes en su novela en medio de un combate, como le ocurre a Pierre Bezúkhov en la batalla de Borodino. El novelista da cuenta, de manera clara, de la complejidad y el ruido del mundo. Con este antecedente, al final de la convención, le pregunté al general Bados qué ocurría en el caso de los reportes finales de un enfrentamiento. Le mencioné lo que dijo Tolstói. Quizá no esperaba mi pregunta y me empezó a comentar sobre lo que está ocurriendo en los enfrentamientos entre Ucrania y Rusia. Me di cuenta de que estaba ganando tiempo para darme la respuesta, hasta que dio con ella. Tolstói tenía razón, dijo, el reporte de un combate es una de las cosas más oscuras para un militar. Están los reportes de los vencedores y de los derrotados. Entonces le brillaron los ojos como si hubiera recobrado una verdad. Hay que leer los reportes de los derrotados. Son los más exactos, los mejores. Tienen que explicarlo todo. Necesitan ser transparentes.

En lo que dijo creo que se resume la urgencia por el lenguaje claro. (O)