En las empresas ecuatorianas, y en buena parte de América Latina, persiste una visión del liderazgo asociada al control, la jerarquía rígida y la toma unilateral de decisiones. Sin embargo, el mundo contemporáneo exige algo distinto, como líderes capaces de escuchar, de dar sentido al trabajo colectivo y de promover que cada persona alcance su máximo potencial. Liderar ya no es mandar: es inspirar, y esa diferencia marca el futuro de las organizaciones. El primer paso hacia un liderazgo efectivo está en la claridad de los roles. En demasiadas ocasiones, las empresas tropiezan porque los puestos de trabajo se definen de manera ambigua, lo que genera duplicidad de esfuerzos y conflictos internos. Cumplir con roles adecuados no es encasillar a las personas, sino ofrecerles un marco de responsabilidad donde puedan ser lo mejor de sí mismas.
Pero un liderazgo que se limite a ordenar tareas es insuficiente. El desafío está en promover el talento humano, en reconocer que la riqueza de una empresa no son solo máquinas y balances, sino la gente que la conforma. Invertir en las personas implica capacitarlas, brindar oportunidades de desarrollo profesional, y también abrir caminos de ascenso basados en el mérito. El talento florece cuando encuentra un ambiente de confianza, reconocimiento y posibilidades reales de crecer. Ecuador vive una paradoja, pues tenemos una generación joven con preparación académica, visión global y hambre de futuro, pero demasiadas empresas aún operan con esquemas del siglo pasado. Esto empuja a miles de profesionales a buscar oportunidades fuera del país o a conformarse con trabajos que no aprovechan su capacidad. Promover al talento humano no es un gesto de bondad empresarial: es una necesidad estratégica para retener a quienes pueden transformar nuestra economía y nuestra sociedad.
Además, el liderazgo moderno debe fomentar la innovación. Las grandes empresas entendieron que crecer significa aprender más rápido que la competencia. Ecuador no puede quedarse atrás en esta lógica. Otro aspecto central es la relación entre el crecimiento personal y el organizacional. Cuando un trabajador mejora sus habilidades, desarrolla su criterio y fortalece su confianza, toda la empresa se beneficia. El líder que acompaña ese proceso se convierte en un multiplicador de valor. Liderar es, en el fondo, sembrar en otros la capacidad de liderar también. Una empresa que forma líderes en cada nivel se vuelve más resiliente, más flexible y capaz de enfrentar la crisis. Finalmente, hay una dimensión ética. En un país marcado por la desconfianza y la corrupción, el liderazgo empresarial debe ser ejemplo de integridad y de coherencia. No se trata solo de cumplir objetivos de producción o ventas, sino de construir entornos donde la transparencia y la justicia sean norma. El respeto a la dignidad de cada persona es la base de un liderazgo verdaderamente transformador.
Ecuador necesita empresas que comprendan que el cumplimiento de roles adecuados, la promoción del talento y el crecimiento humano no son lujos, sino condiciones indispensables para competir en un mundo global. (O)