En las últimas semanas diversos medios de prensa, escritos y hablados, han dado cuenta del duro trance que invade a la Universidad Agraria del Ecuador (nombre con que la ley la denominó) creada por inspiración del fallecido Dr. Jacobo Bucaram Ortiz a la cabeza de un grupo de entusiastas catedráticos de agronomía y veterinaria de la gloriosa Universidad de Guayaquil, cuyos apretados límites de toda índole obligaban a buscar un ente intelectual y técnico de mayor amplitud acorde con la inmensidad de la esencia nacional que representa, así nació y se desarrolló con no pocos obstáculos que fueron superados por la eficaz conducción de su rector-fundador, hasta que su dolorosa muerte provocó la insurgencia de la ingratitud y apetitos mundanos que no cesan en emplear argucias por controlar ese valioso centro formativo que registra graduados en una cifra superior a los 25.000, dispersos en todo el ámbito ecuatoriano hasta sus más lejanos y recónditos lugares donde se practican las ciencias agrarias.
Las exigencias de la educación agraria
Navegó en sucesivas tempestades creadas por la envidia centralista que cuestionó hasta su nombre, al decir de ella que no debía ser del Ecuador, sino que debería limitarse a ser de la Costa o al Guayas o Huancavilca. Se planteó sin éxito la inconstitucionalidad de su ley, se le mermó hasta el exterminio sus rentas de creación que las ligaban a un porcentaje del IVA, lo cual le daba sustentabilidad económica. Se estimuló a turbas politiqueras a que invadieran los predios donde operan sus centros de investigación y prácticas, fundamentales para la enseñanza agronómica efectiva. Fue continuamente fiscalizada por la Contraloría estatal, que eran más bien mecanismos de presión para intentar desfigurar a sus dirigentes, pues jamás revelaron inmoralidades, por el contrario se conocieron informes que demostraban absoluta pulcritud en el manejo de los recursos públicos. Todo en un singular ambiente académico de paz y tranquilidad, donde primaba la disciplina y el estudio, pero siempre con una conducción severa y eficaz.
Pero a pocas semanas del óbito de su fundador se gestaron movimientos internos, no universitarios que trastocaron la marcha triunfante de la institución en procura de manejarla para nutrir apetitos burocráticos que terminaron en conflictos con cierre de vías vecinas e interrupción de las labores de enseñanza, a tal punto que se obligó a los profesores y alumnos a dictar y recibir clases de manera virtual que, siendo un método válido, contradice la esencia de la formación de los profesionales en el lugar apropiado que es la realidad campesina con sus problemas reales y sus aspiraciones que dan sentido al alma mater, maravillosa locución latina que quiere decir en sentido literal “madre que alimenta” y eso es precisamente la Agraria, modeladora de profesionales que alimenten al país y al mundo.
La solución para que la Agraria continúe por su senda de progreso es permitir que sean los órganos que la rigen, determinados por la ley designados democráticamente, superen los obstáculos, evitando injerencias extrañas con fines descalificables, mientras el agro reclama su impoluta presencia. (O)